Pascual Soriano García habla a Siete Días sobre la precariedad actual de una profesión como lo es la agricultura

El joven agricultor comenzó su andadura en solitario con tan sólo 20 años en el mundo del cultivo siguiendo los pasos familiares

Cuando nació, es como si su destino estuviera ya predeterminado. Se crió en una familia de agricultores, donde su abuelo y su padre trabajaban en el campo, y ahora él. Por eso, cuando terminó los estudios de Bachillerato, el joven jumillano Pascual Soriano García, decidió dar el paso y ayudar a su padre en las tareas agrícolas. Él lo tiene claro: “A mí siempre me gustó y sabía que sería agricultor”. Después de esa primera etapa conociendo más de lleno las duras tareas del campo, con tan solo 20 años se estableció por su cuenta comprando 37 hectáreas de viñedo en La Casa del Cerro y un tractor nuevo.

Cuando alguien le pregunta por qué, él siempre dice que “tiene que haber locos en todas partes”, y aunque su conversación es ilusionante por sus años, hay momentos donde la dura realidad le hace poner los pies en el suelo y reconocer que “el trabajo en el campo es muy duro con temperaturas bajo cero en invierno y a más de 40 grados en verano, esperando que llegue septiembre para empezar la vendimia. Luego, llevas la uva a la bodega y te das cuenta de que no tienes nada”, afirma mirándose las manos rudas a pesar de su corta edad.

Pascual Soriano admite que le gusta su trabajo pero no entiende los motivos por los que “solo tengo que optar a cubrir los costes de producción”, algo que le parece “mísero”, califica con la voz entrecortada, y dice que “todo el mundo trabaja por un sueldo digno que poder llevar a casa para vivir”, y pone como ejemplo si el resto solamente buscaran cubrir el coste del gasoil del coche. “Tenemos los mismos derechos que cualquier trabajador. Sabemos que no nos vamos a hacer ricos pero al menos poder vivir con tranquilidad. No somos tontos del campo”, concluye con rotundidad y cierto malestar.

”Nosotros tenemos los mismos derechos que cualquier otro trabajador”

En cuanto a los precios en la agricultura, el joven destaca que ya su abuelo se quejaba por lo mismo, después su padre que aún trabaja en sus parcelas, y ahora él mismo. “Estamos expuestos al medio ambiente, a lo que la meteorología nos depare durante todo el año y es muy duro que en tan solo unos minutos un año pase a tener 24 meses por culpa del pedrisco o del hielo, y a todo eso se une el trabajar sin saber si vas a cobrar o cuánto dinero vas a recibir cuando termines la campaña”, lamenta.

Pascual Soriano, cuando se reúne con sus amigos reconoce sentirse muchas veces “como un perro verde”, ya que indica que “cada vez menos jóvenes se deciden por trabajar en el campo. El cambio generacional está reducido a la mínima expresión, y es normal que la gente aspire antes a estar bajo un aire acondicionado que a la intemperie de sol a sol”, justifica muy a su pesar, y sentencia que “de la agricultura todo el mundo come, pero cuando nos queramos dar cuenta de que no existen agricultores, será ya demasiado tarde”.

Por último, en cuanto al arranque de viñedo tiene claro que “los agricultores y sus familias necesitamos comer, y si las plantaciones que tenemos no nos son productivas, pues tenemos que buscar otras alternativas”. De hecho, aunque él es viticultor al cien por cien, con unas 55.000 cepas que producen unos 100.000 kilos de uva, sabe a ciencia cierta que esto es solo “de momento, ya que antes o después tendré que plantar otros cultivos como el almendro que perece que ofrece mayor rentabilidad”, puntualiza.

Pascual Soriano, con tan solo 24 años, gestiona en solitario el trabajo de su finca de 37 hectáreas, con 55.000 cepas, y que lo hace con pasión, pero que al mismo tiempo reconoce contrariado que “no sé si me podré jubilar como agricultor o algún día tendré que poner fin a mi aventura. De momento, solo pido que se reconozca el trabajo que hacemos y que una botella de vino que vale 30 euros no puede tener dentro 80 céntimos de uva. Estoy convencido de que esto alguna vez cambiará y toda la cadena será mucho más justa, y con esa esperanza me levanto cada día y me subo al tractor a las 6 de la mañana”.