Editorial

Un año más, con el deseo de que sea el último, traemos a la actualidad una lacra que lejos de ir venciéndose entre todos, parece como si no tuviera fin, con cifras que realmente asustan y que deberían unir a las partes implicadas focalizando todos nuestros esfuerzos en un objetivo común, en lugar de ir cada uno por su lado e incluso negando la evidencia más evidente, valga la redundancia.
El número de mujeres muertas a manos de sus parejas o exparejas se presenta como incesante, así como las agresiones en personas cada vez más jóvenes. Ante todo esto, es imposible no sentir una sensación de indignación, de ahogo, de impotencia y de rabia.


Desde el mundo de la psicología y la educación, el miedo se considera un estado emocional positivo ya que nos alerta de un posible peligro. Sin miedo no tendríamos la necesidad de huir ante algo que hiciera peligrar nuestra vida. Sin embargo, cuando el miedo deja de ser una simple advertencia y se convierte en protagonista de nuestra vida, puede dañar seriamente nuestra salud, tanto física como psicológica.
Por eso, hay que vencer el miedo. No hay que ponerse de perfil y mucho menos cerrar los ojos ante un problema totalmente impropio del siglo en el que vivimos, donde la igualdad y los derechos fundamentales de cada individuo han de ser sagrados en inviolables.
Ojalá y en unos pocos años, no sea necesaria esta conmemoración, simplemente porque cada vez que el tema se convierta en protagonista, se haga siempre en pasado.