En clave de sol by Gustavo López
El reciente partido de exhibición entre Carlos Alcaraz y Jannik Sinner en Arabia Saudí ha sido, sin duda, un espectáculo de primer nivel. Dos de los mejores tenistas del mundo frente a frente, un estadio repleto, producción impecable y un ambiente digno de una final de grand slam. Sin embargo, más allá del brillo de las luces y de la calidad deportiva sobre la pista, lo que ha dejado el evento se centra en otro punto que es extradeportivo: el dinero.
El Six Kings Slam, como se denomina el torneo, no forma parte del circuito ATP. No reparte puntos, no cuenta para el ranking y no influye en la historia oficial del tenis. Pero sí está dotado con seis millones de dólares para el ganador y 1,5 millones solo por participar. Este cheque supera ampliamente lo que se gana en muchos torneos de primerísimo nivel y sitúa a este evento más cerca del negocio del entretenimiento que de la competición deportiva.

Alcaraz fue claro en una entrevista posterior, donde dijo que: “En Arabia está el mayor premio de la historia del tenis, así que era buena motivación para mí”. Su sinceridad, sin duda, revela el fondo del asunto. Cada vez más, los grandes deportistas no solo compiten por trofeos o puntos, sino por contratos, derechos de imagen y cheques descomunales que para nada se aproximan a los valores del deporte, pero tontos, ya no quedan.
En este contexto, es inevitable preguntarse qué es lo que se está premiando realmente: ¿La excelencia deportiva o la capacidad de atraer audiencias y rentabilidad? Y no es que yo esté haciendo aquí un juicio moral de nada ni de nadie, sino una observación sobre hacia dónde parece dirigirse el deporte profesional, que ya comenzó por estos derroteros con el fútbol.
Por lo tanto, lo ocurrido en Arabia Saudí no es un hecho aislado, sino que más bien es un síntoma. El tenis, como también le pasa a la sociedad, se está moviendo hacia un modelo donde el rendimiento deportivo convive con otros factores como el lujo. Y aunque los jugadores no son culpables de ello, sí se benefician de un sistema que premia más la presencia que la conquista. Ver a Alcaraz y Sinner en la pista siempre será un placer, pero conviene no perder de vista que el tenis que nos enamoró corre el riesgo de diluirse entre cifras que ya no miden esfuerzo, sino rentabilidad.
En definitiva, el tenis en Arabia nos recordó que, a veces, el trofeo pesa menos que el cheque.












