Juan Miguel Valero Moreno. Universidad de Salamanca
Sin el concurso del azar, o de la providencia, y el estímulo de los datos que arracimó Lorenzo Guardiola a partir de otros sabios y legajos, no tendríamos hoy certeza de que un auto o misterio de Nuestra Señora de la Asunción hubiera sido representado en Jumilla. Buscas y rebuscas condujeron al canónigo José María Lozano a localizar, y luego comunicar, en 1989, el documento probatorio, revisitado y difundido por Antonio Verdú a partir de 1997. Lo que en este año de 2021 se recupera no es invento, más o menos atinado, de la voluntad y la ilusión, sino una tradición con sustancia histórica y huella profunda, religiosa y cultural.
El misterio (y fiesta) de la Virgen de Agosto celebrado en 1683, de cuyos gastos de tablado, procesión, pólvora y otros gajes se hacía cargo el Concejo de Jumilla, debía gozar ya de cierta antigüedad. De su organización se ocupaban mayordomos escogidos de la cofradía titular, de la cual existe noticia desde finales del siglo xvi, y que disfrutaba del apoyo o patronato del Concejo. La festividad, que contó a lo largo de su existencia con el concurso de Moros y Cristianos desde al menos 1614, así como de otros agasajos laicos y actos religiosos, culminaría en el interior de la Iglesia Mayor de Santiago, donde se disponía de la trampilla o claraboya necesaria para un desarrollo aéreo similar al del célebre “Misteri” de Elche.
No se sabe, en verdad, cuándo se representó por primera vez el misterio de la Asunción en Jumilla, aunque no sería disparatado concebir su origen a finales del reinado de Felipe II, cuando Francisco de Ayala ejecutaba la talla de la Asunción que gobierna sobre la calle central del retablo de nuestro templo. Se supone que, a partir de 1709, en tiempos del obispo Belluga, que promovió la censura o limitación de las prácticas escénicas, el drama asuncionista viene a menos o desaparece y pasa a ser, ciertamente, un misterio.
Más difícil, aunque no imposible, será que algún día aflore el texto que en Jumilla se representaba, pues la fortuna ha sido avara con nuestros archivos y bibliotecas. Se ha escogido para esta ocasión un texto coherente, que no es otro que la versión más extensa del “Auto de Nuestra Señora de la Asunción” que se encuentra en el llamado “Códice de Autos Viejos”, manuscrito copiado hacia 1578, pero muchas de cuyas piezas podrían proceder de fechas más remotas. Se trata del texto castellano más próximo en forma y contenido al “Misteri” ilicitano más antiguo conservado, el de la consueta de 1625.
Casi olvidado, pero en estado latente, el “Misterio de Jumilla” renace ahora como testimonio de respeto y tributo a nuestra herencia y patrimonio, pero también con la libertad y entusiasmo de un pueblo que confía en dialogar con el pasado y, así, renovar sus raíces.