Editorial

El pasado 10 de mayo, el cielo de Jumilla se tiñó de gris, no solo por las nubes que lo cubrieron, sino por la tragedia que desató la intensa tormenta de granizo sufrida, arrasando en cuestión de minutos el trabajo de todo un año, y en algunos casos, de una vida entera. Viñedos, frutales y almendros quedaron devastados.
Lo que ayer era esperanza en forma de brotes verdes, hoy es solo desolación. Los agricultores de Jumilla miran ahora sus campos con los ojos de quien lo ha perdido todo. Muchos no solo han visto desaparecer sus cosechas, sino también el sustento y el legado que pensaban dejar a sus hijos. La tormenta golpeó a la agricultura y el corazón mismo de nuestro pueblo. Porque Jumilla no se entiende sin su campo, los famosos vinos, la pera Ercolini o el melocotón, paragüayos y albaricoques.


Hoy no hay palabras que puedan consolar a quienes lo han perdido todo. Pero sí hay una obligación moral, que es acompañarlos, escucharlos y, sobre todo, actuar. Esta tragedia exige respuestas rápidas, ayudas urgentes y un compromiso real por parte de las administraciones. No podemos permitir que el olvido sume al desastre una segunda derrota.
Desde estas líneas, queremos expresar nuestro apoyo incondicional a todos los agricultores afectados. Su dolor lo hacemos nuestro, porque Jumilla debe volver a brotar unida y que este golpe, por duro que sea, no borre la esperanza. Porque la tierra, aunque hoy esté rota, volverá a florecer, y con ella, renacerá también la fuerza de los valientes jumillanos y jumillanas.