En clave de sol by Gustavo López

En tiempos donde la inmediatez de la información y la intensidad de las opiniones parecen marcar el ritmo de nuestras vidas, resulta imprescindible detenernos a reflexionar sobre el valor de la paz social como cimiento de la convivencia en cualquier situación. No se trata de una idea abstracta ni de algo inalcanzable. Hablamos de la base que permite que un pueblo prospere, que sus vecinos se entiendan y que el día a día transcurra sin la amenaza constante del enfrentamiento.
La paz social no debe significar uniformidad de pensamiento ni ausencia de debates. Todo lo contrario. En un pueblo que se considere saludable, las diferencias de criterio, de intereses o de proyectos de futuro deben tener cabida. Lo esencial es que esas discrepancias se expresen desde el respeto, la escucha activa y la búsqueda de acuerdos y soluciones. Solo así, la diversidad puede convertirse en motor de crecimiento colectivo y no en una fatal grieta que viene a debilitar los lazos que seguro nos unen.


Cuando se pierde esa perspectiva, surgen las fracturas. La crispación política, que a veces es la madre de todas las batallas, el insulto fácil y la desinformación alimentada a menudo por noticias falsas que circulan sin filtro, erosionan la confianza entre los propios ciudadanos, vecinos e incluso amigos. En medio de todo esto, tenemos la confianza, que sin duda se presenta como el verdadero pegamento que mantiene unido a un pueblo.
Defender la paz social es, en consecuencia, defender lo cotidiano. Es fundamental el saludo en la plaza, la colaboración en una fiesta popular, la solidaridad en los momentos difíciles. Es en esos gestos sencillos donde se construye la convivencia y donde se desarma cualquier intento de dividirnos artificialmente.
La paz social no se decreta. Y tampoco se impone. Simplemente se cultiva. Y para ello se requiere de paciencia, generosidad y un compromiso activo de cada ciudadano por anteponer el bien común a la tentación del enfrentamiento. Solo así un pueblo puede convertirse en un espacio donde la diversidad se viva como riqueza, y no como amenaza.
En definitiva, la paz social es más que la ausencia de conflictos. Es la presencia de un clima de confianza y respeto mutuo que hace posible que las diferencias convivan sin convertirse en enemigos. Y en un pueblo, donde todos terminamos cruzándonos en las calles, en el mercado o en la escuela, ese clima no es un lujo, es una necesidad vital. Ahí lo dejo.