Chris Froome gana con merecimiento su cuarta ronda gala y se queda a un solo paso (pero de gigante) del club de “los cinco”
Decía el malogrado ciclista británico Tom Simpson –fallecido el 13 de julio de 1967 en las faldas del Mont Ventoux– que lo que hacía que un ciclista trascendiera y fuera siempre recordado era “ganar un Tour de Francia”. Y así es.
Ganar una etapa de la carrera ciclista por antonomasia, le cambia la vida a aquel que lo consigue. Hacerse con la general de una de sus ediciones, hace entrar en la historia al protagonista de tan magna hazaña. Lograr más de un triunfo total en la Grande Boucle, hace trascender a mito al acreedor de tan elegidas condiciones. Y entrar en el selecto club de los pentacampeones del Tour de Francia… corona definitivamente lo que ha sido una excelsa y extraordinaria carrera deportiva, abriendo de par en par –al que lo logra– las puertas del Olimpo del evento deportivo más extremo y extenuante de cuantos existen sobre la Tierra.
Y Froome es, desde el pasado domingo 23 de julio, tetracampeón de dicho desafío que va mucho más allá de lo deportivo, y se encuentra, por tanto, a un solo paso –aunque de gigante– de lograr hacer realidad su quinto entorchado y convertirse en el quinto pentacampeón de la carrera, junto con los Anquetil, Merckx, Hinault e Induráin.
Yendo al relato de las etapas acaecidas desde la anterior crónica, el pasado jueves 20 de julio se celebraba la segunda –y última– jornada alpina, con final en una de las más imponentes leyendas de tierra y roca del Tour de Francia. Por primera vez en su historia se ubicaba la meta de una etapa de la Grande Boucle en el célebre Izoard. Antes los ciclistas hubieron de franquear el col de Vars, un collado alpino de entidad menor pero que valió para que quedara definida –a falta de la última ascensión– la escapada del día –condenada a morir en la orilla–, y para que el potente y omnipresente equipo del líder, el Team Sky, prosiguiera imponiendo con insultante autoridad su tiranía, imprimiendo un ritmo cuartelero ante el que poco, o nada, podían hacer sus rivales.
Pero dicho contexto no fue óbice para que el equipo del segundo clasificado en la general en aquel momento –el Ag2r de Romain Bardet– moviera la carrera camino del Izoard en busca de que su líder tuviera la inspiración suficiente para hacer honor a la leyenda del último tramo de ascenso a la cumbre alpina, la Casse Dèserte, ese pedazo de luna en la tierra ante el cual, según palabras del mismísimo Louison Bobet, “los campeones debían pasar solos”. Aquella etapa y aquel último ascenso eran la última bala en la recámara de que podían valerse los rivales de Froome y del Sky para poner en jaque aquel dominio apabullante del equipo británico. Dominio incontestable del equipo que no se veía sin embargo refrendado por su líder que seguía distanciando en tan solo un puñado de segundos al 2º y 3º de la clasificación general.
Pero el que cruzaría en solitario el paisaje lunar de la Casse Dèserte sería el francés Warren Barguil, a pocos metros de lograr su segunda victoria de etapa y de cerrar una brillantísima actuación que acabaría rematando con un puesto de honor en el llamado “top ten” de la general, coronándose a la vez en París como el mejor escalador y el más combativo de esta edición del Tour.
Mientras, por detrás lo intentaba Bardet, tan feroz y enérgico como nulo y yermo, ante un Froome que se defendía con más solidez y solvencia de lo que lo había hecho en ninguna montaña de las escaladas hasta el momento.
Y así, los Alpes se fueron prácticamente como llegaron en cuanto a las diferencias entre los tres primeros de la general. A penas un puñado de segundos distanciaban a Froome del segundo (Bardet a 23´´) y del tercero (Urán a 29´´). Pero Froome sabía que la carrera ya estaba en su bolsillo. Que solo existía una barrera que se intercalara entre él y el camino dorado hacia la ciudad de la luz: la fatalidad o la llamada mala suerte. Se sabía superior en la única etapa decisiva que restaba por diputarse, la contrarreloj individual de Marsella.
Y los pronósticos se cumplieron.
La 19ª etapa del viernes 21 de julio dejó vencedor en Salon-de-Provence al velocista Edvald Boasson Hagen, que sin embargo no se impuso en un sprint masivo, sino que hubo de llegar escapado para lograr ganar.
Y al día siguiente, sábado 22 de julio, llegaría la contrarreloj de la 20ª etapa con salida y meta en el estadio Velodrome de Marsella para terminar de certificar lo que para los aficionados era un clamor.
Froome cuajaba una gran contarreloj a solo 6´´ del vencedor –el polaco Maciej Bodnar– y terminaba de distanciar a sus rivales, siendo Rigoberto Urán finalmente 2º a 54´´ –aunque nulo en labores ofensivas durante toda la competición– y Romain Bardet, 3º in extremis a 2´20´´ de Froome y a solo 1´´ del 4º clasificado, el alavés Mikel Landa.
Y así nos deja este Tour de Francia 2017, con esa etapa-homenaje –el pasado domingo 23 de julio– camino de la ciudad de la luz, con el velocista neerlandés Dylan Groenewegen venciendo ese último sprint y Froome coronado vencedor final con ese amarillo impoluto por cuarta vez.
Nos deja este Tour, ese de los 31 abandonos y de las graves caídas acaecidas. El Tour del escándalo de Sagan… o Cavendish. Ése de los cinco macizos montañosos. El Tour del declive físico inevitable del admirado y querido Alberto Contador. Ése que abre el paso a un indefectible relevo generacional. El Tour del dominio de un equipo estratosférico plagado de líderes que, por sí solos, podrían optar a puestos de honor.
Las tardes de lo que resta de este mes de julio quedarán huérfanas hasta el año próximo, pero debe ser así. Ha de ser así.
En el horizonte rezuma el aroma de la siguiente ronda ciclista de tres semanas. La Vuelta a España aguarda deseosa de ponerse en marcha el próximo 19 de agosto, con un cartel de auténtico lujo. Froome dispuesto al doblete, Dumoulin, Nibali y una extensa ristra de ilustres campeones dispuestos a seguir alimentando sueños, ilusiones y dar espectáculo.
HAY RELEVO EN EL CICLISMO ESPAÑOL
Pese a la discreta actuación española durante el Tour de Francia, en el que no se logró ninguna victoria de etapa ni se metió ningún corredor en el podio, el ciclismo español tiene relevo.
Queda claro que hace falta más base. Trabajar las categorías inferiores y potenciar el calendario de competiciones y la creación de más equipos profesionales. Han de darse pasos en ese sentido, pero aun así, hay relevo.
Lo hemos podido ver con la confirmación definitiva de Mikel Landa. Sus piernas apuntan a lo más alto. Solo le hacen falta galones de líder en un equipo de garantías y esa pizca de suerte que de manera inherente acompaña a los grandes campeones.