En la cautivadora novela del británico Charles Dickens (1843), Cuento de Navidad, un hombre avaro y egoísta, que desprecia la Navidad y todo lo vinculado con ella, llamado Ebenezer Scrooge, recibe la visita durante la Nochebuena de tres espíritus. El Fantasma de las Navidades Pasadas le muestra su solitaria infancia y su amor perdido. El Fantasma de las Navidades Presentes revela ante Scrooge como su sobrino y su empleado celebran la Nochebuena junto a sus familias, a pesar de ser pobres. Finalmente, el Fantasma de las Navidades Futuras le enseña el triste destino que le espera si no cambia de actitud. El acontecimiento provocará un estímulo en el protagonista que le permitirá ver la realidad como no la había percibido antes.
No todos somos Scrooge, pero existen ciertos atavismos que de un modo u otro están latentes en el abanico social de determinados conjuntos humanos. Hablaré aquí de la Navidad y, de cómo percibo esta festividad en el marco de una sociedad cada vez más decepcionada, desinformada y atareada con menesteres nada trascendentales, que repercuten en su concepción existencial.
La Navidad es una fiesta en la que se combinan tradiciones de muchos orígenes tanto paganas como religiosas. Las calles llenas de luces y parafernalias, las compras excesivas, las cenas de empresa, Papá Noel, árboles navideños cada año más altos y cada año más vacíos de sentimientos, solapan el verdadero origen y sentido religioso de la Navidad, en la que los cristianos católicos celebran el nacimiento de Jesús. No obstante, la Navidad ha mezclado elementos religiosos y paganos, ya desde el Imperio romano.
He tenido la dicha de poder celebrar siempre la Navidad junto a mi familia. El sorteo de la Lotería de Navidad del día 22 da paso a unos días cargados de ilusión y entusiasmo renovado. Los belenes y nacimientos invaden con su presencia las casas, reuniones familiares en torno a una mesa repleta de gustosos alimentos y buenas intenciones, y la misa del Gallo corona la Nochebuena. El día 25 desprende un aroma a caldo con pelotas y sopa de pan. Donde las chirranchas de madera toman el protagonismo secundadas por el aguinaldo, que tal y como manda la tradición, hay que ganarse bien sea cantando, bailando o combinando ambos rituales. Durante la Nochevieja, la familia se reúne de nuevo para despedir el año y celebrar la llegada del nuevo, con la intención de redimirse de los errores y oportunidades perdidas en años previos. La noche y el día de Reyes dejan ver la inocencia y nuestro lado más ingenuo en virtud de ser gratificados con algún tipo de presente.
La Navidad se presenta cada año puntual a su cita pero no será la misma Navidad que la del año pasado, ni la del anterior, ni será igual a cualquier otra Navidad. En el momento que se ausenta un ser querido la Navidad cobra un sentido diferente. Recomponer ese vacío resulta arduo complicado. Los sentimientos y las emociones se alzan en protagonistas añorando lo vivido junto a aquellos que ya no están. Aun así, considero que las personas amadas nunca terminan de dejarnos del todo. Quedan los recuerdos compartidos, las vivencias, las obras que realizaron en vida y la esperanza de volver a verlos algún día en algún rincón del universo.
En cierto modo, la Navidad o lo que se predica sobre ella me parece un tanto contradictorio. Se dice que debe ser un período de austeridad, caridad y generosidad con los más desfavorecidos. Por suerte algunas personas cumplen con ello. Pero lo que se observa, es que cada año aumenta el gasto en regalos, gasto en apuestas de boletos navideños y gasto en preparativos para fiestas. Por otra parte, se predica con una comunión familiar en torno a la felicidad que proporcionan estas fechas pero lo que se practica es una cierta apatía o tedio por la armonía con tus allegados. Considero que un problema de educación subyace en todos estos asuntos para nada baladíes.
Resulta complicado disfrutar de unas navidades sin excesos ya que la tentación está presente en cada recoveco de una festividad que echa el telón a un año ya anciano y da paso al siguiente retoño. Los propósitos de año nuevo embriagan y colman las cabezas de las personas. Mejorar, madurar, disfrutar, ser feliz. Conceptos abstractos y subjetivos llenan huecos, hasta este momento, desiertos. Creo que es un error apostarlo todo al 1 de enero. Cualquier momento, día, hora, mes, semana es buena para dar un cambio a tu vida, modificar hábitos, liberarse de vicios o declararle tu amor a una persona amada desde el silencio, si así lo consideras oportuno.
En los últimos años percibo una falta de entusiasmo y alegría por parte de las personas que más ansían la llegada de la Navidad. Hablo de los más pequeños de cada familia. Esos niños que anhelan o anhelaban recibir su regalo. Cuando yo era pequeño, no hace tanto tiempo, recibía regalos el día de mi cumpleaños, la noche del 24 de diciembre y el día de Reyes. Puedo decir que fui un niño afortunado. Otros niños por desgracia no saben lo que son los regalos tal y como nosotros lo entendemos.
La sociedad de consumo, de la que todos formamos parte, está permitiendo que los niños sean agasajados cualquier día del año con lo que ellos quieran y pidan, y no siempre necesitan. Caprichos de un día y olvidos de muchos otros. Me duele ver y me cuesta entender como muchos padres premian constantemente a sus hijos, sea cual sea el motivo. Ellos creen que así mantendrán contentos a sus hijos, cuando lo único que hacen es alimentar el monstruo consumista que crece en el interior de cada uno de estos niños a pasos agigantados. Los padres deberían reflexionar y meditar sobre si quieren convertir a sus hijos en autómatas consentidos y enfermos de lo material. En ocasiones, la mejor respuesta y la que más educa a un niño es un NO. Hoy en día, la población adolescente no concibe una respuesta en la que se les niegue o se les despoje de un privilegio. Culpa de un mal enfoque educativo desde niños. Uno no siempre puede tener algo cuando quiere y en el instante que lo precisa, y eso es algo que no todos entienden. Las cosas requieren de su tiempo. Lo novedoso y sorprendente se convierte en rutinario y aburrido. Y creo que los regalos de Navidad deben ser especiales y únicos. Tanto por la ocasión como por el momento del año.
Ante los derroteros, nada halagueños, que está tomando esta fiesta cristiana, la Iglesia Católica debe o debería jugar un papel crucial. Las reglas del juego han cambiado y, en cierto modo, la Iglesia se ha quedado un tanto obsoleta para según que temas. Siempre he defendido el mensaje fraterno que transmite, de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Pero de la oratoria a la praxis hay un trecho que superar. No solo por parte de la Iglesia, si no por la de todos. En nuestra voluntad y en la de la Iglesia reside la posibilidad de permutar hacia senderos de gloria y virtud.
La Navidad precisa de más abrazos y mayor acercamiento hacia los nuestros. Requiere, además, de una profunda reflexión por parte de cada uno de nosotros sobre que sentido le queremos dar a esta festividad. Podemos comenzar apagando la televisión y desconectando de las redes sociales. A continuación, le podemos dar una oportunidad a tomar un café o una infusión junto a un amigo/a, podemos abrir un libro y navegar por sus páginas, podemos retirarnos a uno de nuestros numerosos, acogedores y fascinantes montes a meditar, e incluso podemos visitar a nuestros seres queridos (padres, hermanos, abuelos, tíos, primos, …) y mantener una charla enriquecedora que te permita conocer las inquietudes de tu allegado. Cualquiera de los ejemplos que he dado, puede ser una buena terapia contra los malos pensamientos y los malos hábitos.
Bajo mi humilde criterio, soy de la opinión de que la Navidad no es un época concreta ni una período del año, sino un estado del alma. A través de la austeridad, paz, empatía, solidaridad, respeto, perdón, comprensión y apego hacia el necesitado se puede llegar a vislumbrar el verdadero significado de la Navidad. A pesar de mostrar mi rechazo al camino que están siguiendo determinados acontecimientos navideños, percibo un hilo de optimismo en mi alma y al igual que le ocurrió a Ebenezer Scrooge en Cuento de Navidad, creo en la conversión de las personas hacia una mayor bondad, generosidad y amabilidad. ¡Que Dios nos bendiga a todos!