Á.G

Extraído de: Unidad y Lucha,  Órgano del Comité Central  del PCPE

La aparición en el escenario político de Podemos ha generado grandes controversias, más desde su éxito en las elecciones europeas del 25 de mayo, cuando alcanzaron 5 escaños. Una formación que ha logrado, en escasos cuatro meses de vida, situarse electoralmente por delante de IU en algunos territorios como Asturias o Madrid, merece sin duda que fijemos nuestra atención sobre ella.

No somos los únicos, pues un amplio espectro de medios de comunicación está sistemáticamente hablando de Podemos, de sus dirigentes y de sus propuestas, llegando en ocasiones a extremos ridículos con el fin de loar o vilipendiar, a partes iguales, al nuevo partido político.

En medio de este torbellino mediático, las críticas de los y las comunistas a Podemos, que las hay y tienen bastante calado, no deben sustanciarse en los mismos términos ni sobre la misma base que utiliza el enemigo de clase. Resultaría muy fácil sumarse a las descalificaciones que realizan otras organizaciones políticas o ciertos medios derechistas, pero el carácter infantil de muchas de ellas llega a extremos bochornosos que, además, distraen la atención de los elementos verdaderamente criticables de la formación de Pablo Iglesias. La crítica de los y las comunistas a Podemos no puede coincidir con la crítica que puedan realizar el periódico El Mundo o la cadena televisiva La 13. Si nos encontramos coincidiendo con este tipo de medios, algo estamos haciendo mal.

La crítica salvaje a determinadas cuestiones menores de Podemos o sus dirigentes, como la forma de impartir clase de Iglesias o si tal o cual fundación ha firmado convenios con el gobierno de Venezuela, lleva a confundir lo principal y lo accesorio, algo que es muy del interés de una burguesía acostumbrada a manejar los medios de comunicación de masas.

Mientras se hable mucho sobre si Pablo Iglesias es guapo o feo, se hablará poco de que su planteamiento republicano es inexistente o, como mucho, timorato, de que sus propuestas políticas no están a la izquierda, sino a la derecha de IU y de que no son “comunistas”, sino un ejemplar muy interesante de la nueva socialdemocracia surgida de la confluencia entre las teorías del socialismo del siglo XXI y los postulados de autores como Toni Negri o SlavojZizek. El programa de Podemos le hace tanto daño a los capitalistas como un cuchillo de goma, pero hay interés en que parezca que ese cuchillo de goma es una motosierra.

El lenguaje

Una de las señas de identidad de Podemos es su crítica a la supuesta utilización, por parte de los y las comunistas, de un lenguaje “incomprensible”. Esta afirmación, que no es exclusiva de Podemos pero que ha llegado a un nuevo nivel al ser realizada sistemáticamente en debates, en vídeos de youtube o en conversaciones de salón, viene a expresar una de las más típicas señas de identidad del oportunismo: se ataca al lenguaje marxista porque en el fondo se quieren atacar las categorías marxistas.

La crítica podría ser tenida en cuenta si Pablo Iglesias o sus acólitos explicasen el concepto de plusvalía como un “robo al trabajador”, pero no lo hacen, porque de su programa y de sus declaraciones no se puede deducir que utilicen esa categoría (plusvalía) para fundamentar sus análisis o sus propuestas.

Nosotros podemos afirmar, como hacemos en las tesis de nuestro Congreso, que el “incremento del capital constante va en detrimento del capital variable, que es el único que produce plusvalía”, o podemos decir, con otras palabras, que los beneficios de las empresas, obtenidos del robo al trabajador en su salario, al reinvertirse en mejores máquinas que supuestamente hacen que el trabajo sea más productivo, a la larga hacen que en la empresa haya menos trabajadores a los que robar en sus salarios y, por tanto, al empresario sólo le cabrá hacer que los trabajadores trabajen más horas o que cobren menos, o ambas cosas, si quiere seguir obteniendo el mismo beneficio por lo que, en consecuencia, exigirá EREs y rebajará salarios; en definitiva, empeorarán las condiciones laborales de los trabajadores. Lo decimos de las dos maneras, hablando sobre lo mismo a fin de cuentas, en función de que quien nos escucha sea un o una militante comunista o sea un trabajador o trabajadora que es consciente de las consecuencias que las relaciones capitalistas de producción tienen para su vida y trabajo pero a quien nadie le ha explicado los porqués de esa realidad.

Nosotros no renunciamos a elevar el nivel de comprensión de los trabajadores y trabajadoras sobre la realidad, dado que eso ayuda a que las luchas tengan más claros sus objetivos tácticos y estratégicos (o parciales y finales, si se quiere). Por ello no planteamos en nuestro discurso una realidad artificial, inventada, simplista, que  culpa de la crisis y de sus consecuencias a una “casta” indefinida y, por tanto, impide cualquier atisbo de profundización en las causas de la situación en la que hoy nos encontramos. Ese tipo de simplificaciones no ayudan a entender mejor la realidad de la explotación capitalista, sino que canalizan el malestar creciente de sectores obreros y populares hacia callejones sin salida en los que, una vez metidos, resulta imposible luchar contra el enemigo porque se le desconoce, ni siquiera se sabe que está ahí ni cuáles son sus armas.

Al hablar de “casta” se abandona completamente, de forma quizás irrecuperable, la concepción de la sociedad dividida en clases y, por tanto, se genera una dialéctica equivocada: de un lado estarían los indefinidos miembros de esa “casta” y, de otro, los indefinidos miembros de la “no casta” (“la gente” de Cayo Lara, “la multitud” de Toni Negri), dentro de la cual caben desde los explotadores hasta los explotados, dado que la contradicción entre los dos polos no se produce en términos de relación con los medios de producción, sino a partir de la posición ante concepciones superestructurales como “democracia”, “ética” o “corrupción”.

Los teóricos de Podemos pecan, por tanto, de un idealismo atroz que en el terreno práctico tiene como consecuencia el desarme ideológico de la mayoría obrera y popular, que queda así sin las herramientas para el análisis de las contradicciones que se dan en la sociedad de clases.

La posición política

Pero, ¿qué es lo que dice Podemos que genera tanto aparente resquemor y tantas acusaciones de unos y de otros? Pues, fundamentalmente, cuestiones que los partidos y estructuras políticas y sociales que sustentan  los consensos salidos de la Primera Transición (¿se supone que eso es la casta?) consideraban hasta ahora intocables y que, además, se refieren superficialmente a algunas de las consecuencias más negativas, para la mayoría obrera y popular, de la crisis capitalista.

A pesar de ello, en ningún caso el programa de Podemos plantea medidas que ataquen al modelo capitalista. Proponer la creación de una “agencia pública europea de rating” no implica poner en duda los mecanismos capitalistas que subyacen a la cuestión de la deuda soberana y la compra de bonos estatales por entidades privadas con fines especulativos, sino que simplemente los maquilla. Se parte de la premisa equivocada de que el adjetivo “público”, en la época en que los gobiernos y los Estados se dedican a gestionar los intereses del capital monopolista, es sinónimo de independencia frente a ese capital. Hasta el momento.

Podemos no ha hecho más que plantear un capitalismo un poco menos malo, con ciertos elementos que, sin duda, serían coyunturalmente beneficiosos para las condiciones de vida y trabajo de la mayoría social, pero que no afectan al núcleo del problema y, por tanto, no lo resuelven.

Pero es que quizás no lo quieran resolver. Quizás no quieran acabar con el capitalismo, sino mejorarlo, algo que cuadraría muy bien con la base social que sustenta a Podemos y que, ciertamente, carecía de representación específica en el arco político preexistente: sectores de población joven, con formación, a quienes el capitalismo ha fallado al no ser capaz de satisfacer las promesas de empleo cualificado y remunerado y bienestar que ofrecía antes de la crisis. Gracias a la generalización del acceso a la educación entre los 80 y los 90, jóvenes de todas las clases sociales tienen hoy una buena formación que el capitalismo español no es capaz de recompensar adecuadamente. Muchos aspiraban al salto de clase y no ha podido ser, se han visto condenados al encadenamiento de contratos temporales mal pagados, a aceptar trabajos poco cualificados sin vinculación con sus estudios o a la emigración, generándose una especie de proletarización que, en lugar de buscar una alternativa global al estado de cosas, pretende recuperar las expectativas frustradas que se expresan en una conciencia de insatisfacción (indignación) que sólo en parte, en la oposición a las consecuencias más visibles de la crisis capitalista, es coincidente con las posiciones clasistas y revolucionarias.

La existencia de esa base social, hacia la que, por otra parte, el Partido Comunista debe dirigirse, explica, además, otra cuestión: el desconocimiento que muchos de los miembros de Podemos tienen de las luchas desarrolladas antes de su aparición. De la misma manera que ocurría con ciertos sectores del 15M, que hacían gala de un preocupante desconocimiento de las luchas obreras y populares preexistentes, hoy muchos de los representantes de Podemos, sobre todo a nivel local, son absolutos desconocedores de las luchas sindicales, políticas, vecinales y sociales en general de sus municipios, por mucho que Podemos pretenda ser una “herramienta” surgida al calor de los movimientos sociales. Eso es un mito: algunos de sus miembros han surgido de movimientos sociales, de luchas parciales o de organizaciones políticas que ya existían, pero al mismo tiempo un gran sector, llamado a jugar un papel importante en el futuro de esta organización, ha evitado hasta ahora la implicación en las luchas, quizás por no ser éstas acordes con sus planteamientos o por no encontrar en ellas el vehículo adecuado para expresar sus intereses.

No se trata de buscar pedigrís de lucha, sino de entender que el movimiento obrero y popular tiene una historia, con sus errores y aciertos, y que pretender hacer borrón y cuenta nueva implica cortar el hilo de organización y, por tanto, las experiencias que permiten avanzar a la clase obrera y a los sectores populares en su lucha.

Por otro lado, llama poderosamente la atención cómo la irrupción de Podemos ha incorporado un elemento al debate político que los y las comunistas tenemos que combatir. Se trata de la “moda” de las “primarias abiertas”, susceptibles de servir tanto para la elección de candidatos a las elecciones como para la elección de puestos de responsabilidad en las formaciones políticas.

A los y las comunistas no nos interesa cuál sea la forma de elección de los partidos que representan a unos u otros sectores capitalistas. Entendemos que estas formaciones, dada su práctica habitual de oponerse a la mayoría social por defender intereses contrarios a esa mayoría o de conducir a esa mayoría hacia posiciones de compromiso, opten por darse un barniz democrático que las legitime. Pero negamos que las primarias sean un proceso más democrático, fundamentalmente porque se basan en la popularidad de los candidatos, mediada generalmente por los medios de comunicación de masas que pertenecen, en su mayoría si no todos, a los mismos explotadores a los que combatimos.

Candidatos desconocidos pueden ser fabricados de la noche a la mañana por cierto periódico o cierta cadena de televisión, lo que influye enormemente en una opinión pública que tiende, siempre, a decantarse por el más conocido o el más popular, que lo es porque “gusta” o “cae simpático” y no por representar uno u otro programa político o una u otra forma de gestión. Se convierten así estos procesos en espectáculos encaminados a presentar como democráticas unas prácticas basadas en elementos tan poco democráticos y tan manipulables como la telegenia o el márketing.

No caben aquí todos los puntos que habría que tratar sobre este asunto, pero sin duda habrá ocasión próximamente para analizar otros elementos que convierten a Podemos en un ejemplo paradigmático de la nueva socialdemocracia que cambia las formas pero mantiene las esencias: taponar el desarrollo de la lucha obrera y popular por el fin de la explotación del hombre por el hombre.