En clave de sol by Gustavo López

En los últimos años se ha hecho cada vez más frecuente encontrar procesiones extraordinarias fuera de los días de Semana Santa. Lo que antes era un hecho excepcional, reservado y por lo tanto ocasional, se ha convertido en una costumbre cada vez más habitual. Basta con mirar el calendario que se ofrece en Jumilla, por ejemplo, este mes de octubre, donde ya se ha celebrado la procesión de la Esperanza, queda la de La Lamentaciones, y en noviembre, el Cristo de la Columna participará en otra salida extraordinaria, en este caso en Murcia. Igualmente, si miramos a Andalucía, o incluso la austera Castilla, el número se multiplica. Las calles se llenan de pasos, bandas y promesas durante buena parte del año, y además se presume de que es Semana Santa los doce meses.


Y como es lógico, ante esta situación, las opiniones se dividen. Por un lado, hay quienes lo ven con entusiasmo. Sostienen que estas salidas mantienen viva la llama de la fe y del sentimiento cofrade durante todo el año, que no debería limitarse solo a una semana y que, por tanto, cuanto más, mejor. Además, también destacan el impacto positivo que estas procesiones extraordinarias tienen en la vida social y económica de las ciudades donde se llenan las calles de público, se reactiva la hostelería y es bueno para la economía local. También suponen una oportunidad para que los devotos vuelvan a encontrarse con sus imágenes, en contextos más cercanos y menos multitudinarios que la propia Semana Santa.
Sin embargo, hay quienes miran este auge con cierta preocupación. Temen que tanta frecuencia diluya la fuerza simbólica y emocional de la Semana Santa, que, precisamente, se vive con tanta intensidad porque es esperada durante todo un año. La excesiva repetición podría banalizar un acontecimiento que, por su carácter único y solemne, requiere de la ansiosa espera de la gente. También se apunta el riesgo de que el fervor religioso se confunda con la mera exhibición, o el paseo a cara descubierta.
Así, entre la devoción y la saturación, se abre un debate que no tiene respuesta sencilla. Quizá el equilibrio esté en saber discernir cuándo una procesión extraordinaria responde a un motivo verdaderamente especial, y cuándo se convierte en una oportunidad sacada de la chistera. Porque, al final, tanto quienes desean vivir su fe durante todo el año, como quienes prefieren esperar pacientemente la Semana Santa, comparten el respeto y el amor por lo mismo.