Un relato de Emiliano Hernández, director del Museo Municipal, con parte de realidad histórica y algo de ficción
Unos inmuebles situados junto al edificio del Ayuntamiento que construyó un laborioso jornalero del campo para sus tres hijas
El otro día me preguntaron las chicas de Corte y Confección de la Universidad Popular Ana Tomás Herrero, por qué a las tres casas que hay junto al Ayuntamiento se les conoce con el nombre de Casa de los Carlistas. La verdad es que la historia es muy bonita y mezcla realidad histórica y algo de ficción, aunque el resumen de esta ficción es que las casas están ahí, y según las malas y las buenas lenguas las casas las construyó, a finales del siglo XIX, un laborioso jornalero del campo, cuyos únicos ingresos eran las peonadas que podía echar cuando era requerido para hacerlo. Extraño ¿No? Además, el hombre escarmentado por las penalidades del campo, quiso que cada una de sus tres hijas tuviese un lugar para recogerse, por lo que hizo una casa para cada una de ellas. ¿Y por qué se llaman de los carlistas?
Crónica histórica
La parte histórica es que durante la III Guerra Carlista (1872 -1876) y tras unas primeras victorias del pretendiente don Carlos (Carlos VII para los carlistas), sus columnas se vieron diezmadas o disueltas por las tropas gubernamentales, obligándoles a refugiarse en el Maestrazgo, donde la orografía del terreno les servía de aliado, pero la presión del ejército realista era cada vez más fuerte, por lo que el estado mayor carlista decidió mandar a la zona de Levante a un coronel recién incorporado y que había desertado del ejército gubernamental. Este coronel era Miguel Lozano Herrero (Conde de Lozano) nacido en Jumilla, en la calle del Loreto para más señas, un gran militar y mejor estratega.
Las misiones del coronel Lozano eran: Eliminar los Registros Civiles, para que el gobierno no pudiera reclutar milicianos; Destruir cuantos ferrocarriles y trenes tuviera oportunidad, para dificultar la movilidad de las tropas realistas; Recaudar cuantos fondos pudiese para poder pagar a la tropa, y con todo ello, buscar que el gobierno quitase tropas del Maestrazgo y aliviar así a sus asediados compañeros. Todo ello lo consiguió Lozano de una forma magistral, pues hasta cinco columnas del ejército gubernamental le persiguieron, incluso logró que algún jefe de columna fuese destituido ante la falta de resultados.
Todo ocurrió entre el 14 de septiembre y el 17 de octubre de 1874.
Según la información del siempre recordado y gran amigo Antonio Pérez Crespo, el botín acumulado en un mes de correrías por Lozano podía oscilar entre dos millones y medio y tres de reales. Lozano fue detenido en Vadollano (Jaén) y tras un juicio rapidísimo fue fusilado el 3 de diciembre de ese mismo año. Cuando lo detuvieron sólo llevaba encima 2.776 reales ¿Qué pasó con el resto del botín? Y aquí comienza la leyenda.
Destino del botín
Cuando la columna de Lozano sufre la primera derrota en Fortuna el 11 de octubre, se refugia en Blanca, y cuentan los más mayores, que desde aquí mandó a uno de sus capitanes a Jumilla, para dejar el botín en casa de algún conocido de confianza, pues a sus padres los habían detenido, al capitán le da el nombre y el primer apellido al que le tiene que dejar el botín, y le pide que haga la entrega por el postigo, para ser más discreto, con la mala suerte que en la misma calle y en casas contiguas viven dos vecinos que se llaman igual, al menos el nombre y primer apellido, el capitán se equivoca de casa y llama donde no es: -Vive aquí fulano de tal. – Sí señor ¿que desea? – Pues que le traigo estas acémilas con el botín de los carlistas. – Pues pase y déjelo aquí mismo. Aunque más de 600 miembros de la columna de Lozano fueron indultados, ninguno supo decir donde había ido a parar el botín.
El caso es que terminada la III Guerra Carlista y pasados algunos años, un jornalero, muy trabajador, eso sí, construyó las tres casas que hay junto al Ayuntamiento, una para cada una de sus hijas, y cada una con una decoración y estilo distinto en el interior, pero por fuera las tres iguales.
¡Y en la calle de la Feria! para que las hijas no se quejaran.