Carlos Gil Gandía. Profesor de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en la Universidad de Murcia

La semana pasada, el secretario general de las Naciones Unidas dio un discurso en el Consejo de Seguridad, reunido para debatir sobre el conflicto palestino-israelí. Otra vez. El discurso fue impecable. Condenó a Hamas, pero situó los hechos en su debido contexto. El contexto siempre es necesario. Y fíjense si este es importante, que la consecuencia de ponerlo de relieve fue que el embajador de Israel reclamó la dimisión del secretario general porque el contexto no le gusta. Israel es un infractor persistente del Derecho Internacional bajo la protección de los Estados Unidos desde el nacimiento del estado judío en 1948, lo que adquiere aún la convicción íntima de la conciencia de la Segunda Guerra Mundial, de defender a los judíos para fortalecer el sentimiento de la propia justicia, en el recuerdo de las iniquidades nazis, del genocidio, contra los judíos.

Contexto. Palestina fue uno de los cuatro mandatos establecidos en territorios del antiguo Imperio Otomano al término de la Primera Guerra Mundial. Todos ellos debían acceder a la independencia, convertirse en Estados Soberanos. En el caso de Palestina sometida a los británicos, que la abandonaron y dejaron el trabajo “sucio” a la recién nacida Naciones Unidas. La Asamblea de la ONU decidió en 1947 dividir el territorio al oeste del Jordán en dos: Israel y Palestina, en contra del pueblo palestino y de los árabes en general. La consecuencia fue la primera guerra árabe-israelí, concluyendo a favor de Israel y su reforzamiento territorial, y el reparto del resto del territorio palestino entre Egipto (Gaza) y Jordania (Cisjordania y Jerusalén oriental). Territorio que cayó en manos israelitas tras la llamada guerra de los seis días (1967).

56 años de ocupación en territorio palestino que ha sido puesta de relieve por la Asamblea General de las Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad y la Corte Internacional de Justicia. Todos estos órganos de las Naciones Unidas han reconocido los derechos inalienables del pueblo palestino a la libre determinación y a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) como su representante legítimo. Apunte importante: Hamas no es Palestina, ni su portavoz.

En 1991, finiquitada la guerra del Golfo, se abrió en Madrid una Conferencia para la Paz en Oriente Próximo que se centró, fundamentalmente, en la cuestión palestinas. La obtención de los frutos de esta Conferencia se dio con los Acuerdos de Oslo entre la OLP e Israel, que asentaron las bases para el derecho de retorno de los refugiados palestinos, las limitaciones a la soberanía territorial del Estado palestino, fronteras… Sin embargo, el papel lo soporta todo, la realidad no. El incumplimiento reiterado por Israel produjo el levantamiento civil del año 2000 (intifada), y la aparición o reforzamiento de grupos radicales propensos a la violencia (Hamas), hasta hacer terrorismo. Fortalecido por su victoria en las urnas en 2006, en Gaza.

Los movimientos radicales palestinos no reconocen a Israel como Estado ni las fronteras de 1967. Y su acción violenta, como la del 7 de octubre del presente año, no solo abocan a un callejón ya de por sí sin salida desde hace décadas, sino a un conflicto mayor donde los muertos civiles se cuentan por miles en ambas partes y con posibilidad de escalada regional.

La reacción de Israel ante el ataque de Hamas es complemente desproporcionada. Ambas partes cometen crímenes de guerra, siendo las víctimas en su mayoría civiles y sobre todo niños. La Comunidad Internacional parece que algo hace, pero es pura retórica desde hace décadas. No se ha querido solucionar el conflicto.

La narrativa terrorista lo ocupa todo. La limpieza étnica en relación con los palestinos se acrecienta cada día. La Corte Penal Internacional debe investigar ya los crímenes que se están cometiendo. El Derecho Internacional Humanitario no se cumple, ni se cumplirá. La ley racional es inexistente para dos partes fundamentalistas, que se decantan por la ley de la violencia.

Lo único que tengo claro es que la solución de los dos Estados, si es que fue viable en algún momento, ya está muerta y enterrada. Mientras, las armas siguen matando, y la población inocente palestina e israelí asesinada.