Pascual David Muñoz Álamo – Policía Local y criminólogo

Hay sillas que pesan más que otras. No por su madera ni por su forma, sino por lo que ya no sostienen. En Navidad esas sillas vacías hablan. No gritan, no interrumpen, no reclaman atención, pero están. Siempre están. En la mesa, en la memoria, en el silencio que queda cuando todos hablan y alguien falta.
No existe consuelo cuando se ha perdido a un padre, a una madre, a un hijo o a una hija. No hay frase exacta ni gesto que repare la ausencia. Y en estas fechas, cuando el calendario se llena de comidas, cenas, visitas y compromisos, el recuerdo se intensifica. La alegría ajena no duele por ser alegría, duele porque subraya lo que ya no está.
De pequeños casi todos vivimos la Navidad como un territorio mágico. Luces, colores, árboles decorados, regalos envueltos con ilusión, la llegada de Papá Noel o de los Reyes Magos. Estaban las abuelas con sus aguinaldos, los abuelos con su paciencia infinita, incluso las mascotas formando parte de la escena. No éramos conscientes de nada más. La vida parecía eterna, inagotable.
Con los años la Navidad cambia. Para algunos es un torbellino de compras. Para otros es un tiempo complejo y frágil.


La edad de quien vive modula el dolor. No es lo mismo ser padre o madre con hijos pequeños y enfrentarse a una pérdida, que ser mayor y convivir con ausencias que, aunque asumidas, nunca dejan de doler. De algún modo estamos preparados para despedir a los padres. Pero ningún padre ni ninguna madre está preparado para despedir a un hijo.
No hay una forma correcta de sentir. El amor no tiene manual y el duelo tampoco. Hay quien necesita bullicio y quien necesita silencio. Hay quien llora en público y quien se rompe solo, en casa, lejos de las luces y las canciones.
La Navidad, más allá de lo material, es tiempo. Tiempo para recordar, para querer al que está, para compartir desde lo que somos. La mesa puede ser abundante o sencilla, pero lo emocional siempre pesa más que lo que hay en los platos.
Vivamos cada día, cada instante. Y cuando lleguen esos momentos no deseados, porque llegarán, permitámonos sentir. No estamos obligados a superar, solo a ser humanos. Hay derecho a la ausencia, al recuerdo y a vivirlo cada uno a su manera.
Para quienes hoy miran una silla vacía, vuestro amor sigue sentado ahí. Y eso, aunque duela, también es una forma de presencia.