Aunque a unos más que a otros, a todos nos encanta presumir de lo nuestro, defender lo que tenemos, lo que somos y lo que poseemos. Por eso, no tendría ninguna lógica que en nuestra propia casa tiráramos basura al suelo, o nos subiéramos a las sillas y a bailar en la mesa. De la misma forma, sería de no estar muy cuerdo si nos diera por romper los muebles de nuestra casa, arañar las paredes, hacer pintadas o quemar cualquiera de las dependencias en las que hacemos vida, estamos con nuestra familia, dormimos y comemos, y en definitiva, nos desarrollamos como personas cívicas y racionales.

En este mismo sentido tenemos nuestro pueblo, Jumilla, que todos sentimos como nuestra propia casa, ya que la pagamos entre todos. No lo olvidemos nunca. Y por eso a todos nos corresponde cuidarla y defenderla. Y a Dios gracias, esto es lo que hacemos la inmensa mayoría de jumillanos. Cumplir con las normas, con la lógica y el civismo. Pero lamentablemente hay unos pocos, muy pocos, que hacen demasiado ruido, que no respetan ni su propia casa, y que les da por destrozar unos bancos cualesquiera. Les da igual dónde estén y los que sean. Machacan mobiliario urbano, o incluso, queman unos bonitos setos en un jardín que sirve para disfrute, esparcimiento o embellecimiento de una zona que pertenece a todos. A ellos también.

En este línea también tenemos a los que, a pesar de las campañas y de los múltiples mensajes, sacan colchones, muebles o electrodomésticos a un contenedor de basura, sin hacer uso del servicio que hay habilitado para que de forma gratuita se retiren este tipo de enseres. Esto hace daño a la vista de cualquiera, y hace daño a nuestros ojos cuando pasamos por una esquina de Jumilla que se ha convertido en un lamentable vertedero.

Jumilla es de todos, es nuestra casa. No seamos nunca los protagonistas de este tipo de atentados. Solo depende de nosotros. El vandalismo contra aquello que pagamos no deja de ser un auténtico sinsentido. Son muy pocos los que se agreden a ellos mismos y a todos nosotros. Pero ahí están.