Plácido Guardiola. Doctor en Sociología

¿Qué nos ha ocurrido?

Si usted, amigo lector, es de los que a finales de junio leyó mi anterior artículo en este medio titulado “La mal llamada nueva normalidad”, seguramente comprenderá sin muchos argumentos qué es lo que nos ha ocurrido. Como decíamos entonces ni era nueva ni normal, abríamos una etapa de un profundo confinamiento a una situación de más relajación. Pero ocurre que interpretamos que la normalidad había llegado y todo el mundo se relajó. Pensamos que bastaba con la mascarilla y, tan siquiera eso, si estábamos sentados al aire libre en la terraza de una cafetería en plena calle jumillana.

Cualquiera que hemos pasado por las calles hemos visto a nuestros paisanos sentados en las mesas de la terraza, charlando animadamente con sus compañeros de mesa como si el peligro ya no existiera. Hemos visto a quien ni siquiera utilizaba las mascarillas en la calle o incluso en espacios cerrados. De pronto un buen número de nuestros paisanos fueron insolidarios con los demás y dejaron de utilizar los medios más elementales de protección. Estos debieron creerse que con ellos no iba la cosa. Especialmente esto ocurrió desde el principio con los más jóvenes y los adolescentes (que ya durante la desescalada dieron muestras de una proverbial desfachatez).

Más tarde, en agosto, llegaron nuestras fiestas, suspendidas sí, pero de qué manera. Pues hasta nuestras autoridades organizaron algunos actos que, aunque contaron con todas las garantías que sanidad exige, venían a mandar subliminalmente el mensaje de que aquí no pasa nada.

Todos volvimos a ver a nuestros seres queridos y a reunirnos con ellos en nuestras viviendas y casas de campo y, evidentemente, como estábamos con los nuestros, bajamos la guardia porque en los círculos íntimos y cercanos nos sentimos seguros. No pensamos que nuestro hijo, sobrino, etc. (adolescente o joven), habría estado la noche anterior con un grupo de amigos en esta o aquella fiesta en la casa de campo del amigo o vaya usted a saber en qué botellón clandestino (les aseguro que de todo esto ha habido mucho este mes de agosto). Con todo lo anterior, las bases que explican el actual desastre del rebrote epidémico estaban puestas.

¿Por qué ha ocurrido?

Hay quien atribuye esta escalada a lo que llamamos idiosincrasia. Digo mal llamamos, porque Italia tiene una casi idéntica idiosincrasia (son efusivos, extrovertidos, centrados en la importancia de la familia, los amigos… son mediterráneos) y sí ha contenido este segundo rebrote.  Pero hay cosas que nosotros hemos creado y generado desde los años 80 y ahora las tomamos como elementos culturales cuando deberían ser elementos que desde en el momento en que aparecieron allá en los 80 (marcha madrileña, ruta del bacalao, etc. ), deberíamos haber erradicado de raíz por las graves consecuencias sociales de todo tipo que generan. Sin duda me estoy refiriendo a ese mal llamado ocio juvenil del botelleo a deshoras y a espaldas de la sociedad activa. Este ocio juvenil, no se combatió ni por autoridades, ni por los padres, al contrario, para paliar sus efectos lo escondimos más o lo ubicamos en zonas menos molestas. Pero con ello no hemos evitado que, en situaciones normales, generaran problemas al vecindario que le tocaba la zona de marcha, familias que han visto arruinado el valor de la vivienda de la que todavía pagaban hipoteca o colapsado las urgencias hospitalarias por comas etílicos. Ahora, en plena pandemia, se han convertido en uno de los principales vectores de contagio al entender nuestros jóvenes que estaban en fiestas y en normalidad.

Por otro lado, todos hemos sido culpables porque, tras los meses de confinamiento duro, se produce un cansancio psicológico que provoca esa relajación en la que nos zambullimos con la llegada del verano.

También lo han sido nuestras autoridades que más que una desescalada han realizado un todo vale donde las medidas de vigilancia y sanción han desaparecido en una abrupta caída de todo a nada. Seguramente, presionados por la imperiosa necesidad de salvar ‘in extremis’ los últimos  coletazos de una industria turística que se nos ha ido al garete y a millones de establecimientos de bares y hostelería que veían peligrar la posibilidad de continuar. Quiero suponer que valorando esto último se tomó esa decisión de desescalar sin escalones que hemos efectuado. La pregunta terrible ahora, a toro pasado, es ¿sirvió de algo? Evidentemente la respuesta es un no rotundo, pues no hemos salvado al sector turístico y hemos agravado la situación en la hostelería y los bares más aún. Hemos pasado de un estado de excepción con todo centralizado a sálvese quien pueda en uno de los diecisiete reinos de taifas donde cada uno haga lo que sepa o pueda.

Consecuencias sociales

En esta mal llamada nueva normalidad, la epidemia toma acentos preocupantes especialmente en lo que a la economía y a la sociedad se refiere. En lo económico se agrava la situación empeorando las dificultades para los más débiles pero también para la enorme clase media compuesta de pequeños propietarios y empresarios de pequeñas empresas que se ven más abocados que nunca al cierre de sus negocios.

A los más débiles, trabajadores por cuenta ajena o propia la nueva situación no hace sino dar una vuelta de tuerca más cuando todavía hoy a muchos que no les ha llegado el dinero de los ERTEs  y el propio Gobierno se alarma porque el importe de los mismos va a superar en un 50% el dinero que llega de Europa para financiarlos[1].

Por su parte las clases medias provenientes de los pequeños negocios han tirado de ahorros y reservas en la fase anterior y tenían la esperanza, ahora frustrada ante el rebrote, de volver a reflotarlos en la “Nueva normalidad». Todos los análisis económicos que se realizan, desde el Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, CEOE… coincidían ya en el excesivo impacto que tendría para España la epidemia en la fase anterior, obvio decir que ahora que somos también campeones en el rebrote su impacto en nuestra economía será brutal.

Si en lo económico las consecuencias no son nada halagüeñas, peor si cabe son las posibles consecuencias sociales. De entrada el empobrecimiento de las clases medias unido a las penurias en las más bajas no hace sino romper el equilibrio y estabilidad social que descansa fundamentalmente en reforzar las clases medias y reducir las bajas. Todo lo contrario de lo que el COVID está generando en el tejido social de nuestro país donde la dicotomía social y polarización ya venía agravándose desde la crisis económica del 2007.

Por otra parte, la pérdida de confianza en las instituciones y partidos que canalizan la vida social aumenta como consecuencia de las tensiones de todo tipo que sufre el ciudadano. La sanidad por ejemplo, está dando muestras de colapso e inoperancia en su eslabón más débil que es la atención primaria. Con la educación, debemos preguntarnos ¿qué pasará ahora cuando abran los colegios y haya que volver a cerrarlos porque agravan la pandemia? Si Sanidad y Educación fracasan en esta nueva etapa, nos estaremos cargando dos de los tres pilares básicos del Estado del Bienestar. Y créanme, ambos están al límite y pierden por momento la confianza del ciudadano.

Finalmente está la división ideológica que la pandemia está produciendo en la sociedad, de una parte los llamados ‘negacionistas’ negando la mayor y oponiéndose a cualquier medida que pueda adoptar el Gobierno. Por otra, los ‘oficialistas’, para los que todo cuanto haga el Gobierno (aún cuando no hace nada o comete barrabasadas), es por el bien general y está muy bien.

En este fregado de ‘oficialistas’ y ‘negacionistas’ entran en liza los viejos y tradicionales rifi-rafes de la llamada izquierda y derecha. Así, los de izquierdas y cercanos al oficialismo las medidas de confinamiento tomadas en Madrid (donde gobierna la derecha) son discriminatorias al cerrar los barrios obreros del cinturón sur y obrero madrileño. Mira como no cierran el barrio de Salamanca o Tres Cantos, dicen para corroborar sus tesis. Olvidando que quienes viven en Tres Cantos, barrio de Salamanca, Galapagar, etc. disponen de chalets, pisos o adosados de más de 150 metros cuadrados, por lo general con más de un cuarto de baño y amplios espacios para la oxigenación, por el contrario las familias humildes de entrevías comparten escasos 70 metros de vivienda familiar. En este último debate cabría decirle a los sesudos progres de izquierdas, que esta situación ya estaba antes del COVID, y se ha mantenido muchos años con gobiernos de derechas e izquierdas y es lo que determina que sean los barrios humildes quienes la sufran en mayor medida; no las medidas de la señora Ayuso.

Plácido Guardiola Jiménez

Doctor en Sociología


[1]  Titular de El Mundo del 21/09/2020  “Alarma en el Gobierno: el coste de los ERTE supera en un 50% toda la ayuda europea para financiarlos”