Editorial

Que en una ciudad como Jumilla se suspenda una actividad como la Semana Santa puede provocar sin duda un importante impacto económico y emocional, ya que estamos ante la manifestación más importante a nivel local. Alrededor de ella, giran muchos sectores que tras la ‘cuesta de enero’ esperan con impaciencia e ilusión la llegada de la Primavera, precedida de la Cuaresma, los numerosos actos previos de las hermandades y Junta Central, y por fin, la Semana Santa que saca a la calle a miles de jumilanos, a los que hay que sumar otros tantos que vienen de fuera.


En este sentido, bares, restaurantes, tiendas de ropa para todas las edades, pastelerías y hornos a pleno rendimiento, pintores, limpiadoras que dejan ‘guapas’ las fachadas, bodegas, distribuidores de alimentación, otros muchos comercios, sectores y especialidades, bandas musicales de todo tipo, y hasta lavaderos de vehículos, porque a nadie nos gusta que nos digan que en Semana Santa tenemos guarro el coche, arriesgan todo y descargan sus pilas para estar lo mejor preparados y cargar el cajón de sus registradoras y poder afrontar así los siguientes meses con ‘alegría’.
Pero si ya el año pasado se sufrió el primer mazazo, este llega el segundo, más fuerte si cabe y con los cimientos más tambaleantes, ya que las fuerzas y las reservas son cada vez menos.
El año pasado se decía el mismo día de la suspensión de la Semana Santa que se trabajaría para poder organizar algo en otoño. Este en cambio se dice con mayor desánimo, que esperemos que quede la cosa aquí.
Mucho ánimo, mucha fuerza y a vuestra disposición para lo que esté en nuestra mano.