Párroco de la Parroquia Mayor de Santiago

Hace muy poco leía un titular de prensa que decía: “Las ciudades se llenan de luces y se vacían de Navidad…” Cada vez son más quienes pretenden vaciar de su sentido verdadero a la fiesta cristiana de la Navidad. Hoy se habla cada vez más de vacaciones blancas, del solsticio de invierno, o como mucho de unos días más o menos sentimentales, en los que las ventas y compras se disparan y la gente repite “felices fiestas” sin saber bien porqué. Incluso la expresión ¡Feliz Navidad! se ha vaciado de su verdadero sentido. Ahora vemos cómo en estos días se desea una felicidad chata, sin ninguna trascendencia… “Que haya salud y trabajo…” se oye decir con frecuencia. Hombres y mujeres –tan tristes- pendientes sólo de lo material, olvidando a Dios, protagonista de esta fiesta, pero transformado en el gran ausente en estas fiestas. Pérdida de sentido que se manifiesta de tantos modos: Sustitución del Nacimiento o Belén por el árbol de Navidad o de los Reyes Magos por un papá Noel, laico y sentimentaloide; iluminaciones que en nada aluden a la ancestral y bellísima tradición de la Navidad cristiana. Tarjetas de Navidad asépticas, políticamente correctas y tan vacías de contenido, sin ninguna alusión al extraordinario Misterio de Amor que es Dios naciendo entre nosotros. Felicitaciones laicas portadoras de vaporosos o cursis deseos de paz y de felicidad inconsistente, porque se olvida al verdadero protagonista de la Navidad, Jesucristo, Príncipe de Paz y punto de partida de nuestra verdadera alegría.

La Navidad es un acontecimiento de la Fe. Todo un Dios creador y todopoderoso que en su providencia amorosa y desde toda la eternidad ha decidido por puro amor, salvar al hombre; rescatar al género humano de una situación de muerte de la que él solo es absolutamente incapaz de salir… El Ángel ante el embarazo de la Virgen María, dice a San José: “Y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los pecados…” Pero nuestra sociedad se va olvidando de este Dios de Amor y de Salvación, el único que puede colmar absolutamente al hombre de sus expectativas y anhelos de vida y de eternidad. Hoy pareciera que solo nos interesa lo material; el hombre de hoy pierde por momentos su interés por lo espiritual. Y ahí se produce un profundo y doloroso quebranto en nosotros, porque no somos solo un cuerpo, tenemos un alma espiritual, donde está grabada como a fuego en nosotros la imagen de Dios… Si prescindimos de esa dimensión nuestra espiritual nos quedamos solo con nuestra parte biológica o animal; y desde entonces perdemos la luz, quedamos a merced de cualquier desvarío o sinrazón. Si Dios no está, si desaparecen el cielo y el infierno, al final todo puede acabar siendo válido. Si es posible hacerlo ¿por qué no lo voy a hacer…? El hombre henchido de soberbia, se coloca en el lugar de Dios…

El hombre –y la sociedad- sin Dios se abocan al vacío, a la autodestrucción, a la aniquilación. Nuestra historia más reciente está plagada de ejemplos que avalan este desenlace. La Navidad no es solo un hecho sobrenatural en que el Amor de Dios se desborda hacia la humanidad, sino también un acontecimiento histórico en que la segunda persona de la Santísima Trinidad baja del Cielo para hacerse uno como nosotros, tomando carne de una de nuestra raza, la Virgen María. Así, en la Navidad, la eternidad entra en la temporalidad, la inmortalidad entra en la mortalidad, lo infinito en lo finito, lo divino invade lo humano, el Amor quiere vencer al mal y al egoísmo… Navidad es un hecho existencial de inconmensurable hondura. Un acontecimiento real y actual de inigualable envergadura en la historia humana y cuyos efectos inundan al mundo y aún al universo. Navidad no es un cuentecito para niños, -aunque los niños son los que mejor la comprenden- o una historia obsoleta de abuelitas que ya no te dice nada. Navidad es la última y definitiva oportunidad que Dios ofrece al hombre. Navidad es lo máximo que Dios puede hacer por el hombre. Es absolutamente imposible que hubiera hecho más… “Habiendo amado a los suyos que estaban en este mundo los amó hasta el extremo…” Navidad es un abismo insondable de puro Amor de Dios por el hombre. El Eterno que se abaja hacia lo finito, la absoluta riqueza que viene revestir nuestra abyección.

Este es el verdadero origen de la alegría de la Navidad, de la fiesta, que el pueblo cristiano ha captado tan bien, y que ahora se diluye en nuestra sociedad occidental, muy avanzada, pero sin sentido, laicista y tremendamente triste e injusta. Ojalá no renunciemos a nuestras raíces, a esa Fe de nuestros padres y abuelos, que está en el origen de nuestra cultura y de nuestra civilización.