Antonio Toral Pérez. Escritor y aficionado al ciclismo
Si por algo se ha caracterizado el Tour de Francia a lo largo de su historia, especialmente durante su era más moderna, ha sido por incluir durante la primera semana de carrera una sucesión de etapas llanas, llamadas de “transición”, en la que los ciclistas iban ultimando y afinando su estado de forma de cara a afrontar la alta montaña y en la que solo los aficionados más acérrimos y fanáticos seguían la prueba pues, salvo contados escarceos en forma de abanicos o caídas, casi nunca pasaba nada. Esta dinámica comenzó a cambiar radicalmente con nuestra Vuelta a España, en la que durante las últimas ediciones, en esa primera semana, se han venido incluyendo etapas de perfil quebrado, con puertos de cierta entidad y algún final en alto o con la meta cerca del último puerto de la jornada. Ello lograba varios objetivos fundamentales: los favoritos debían de estar atentos e incluso dar ellos la cara en primera persona, a la vez que la terna de posibles aspirantes a la victoria se ampliaba, teniendo pues capacidad de ganar la etapa desde sprinters puros que pasen bien la montaña a escaladores puros o ciclistas polivalentes con capacidad de rodar a alto nivel en todo tipo de terrenos. Ello redundaba en el objetivo fin y último que persigue cualquier organizador de cualquier gran evento deportivo: espectáculo, y el espectáculo, irremediablemente, atrae a la audiencia y a los grandes patrocinios.
Y este año el Tour de Francia, durante su primera semana, ya lo venía haciendo tímidamente durante los últimos años, había apostado de manera más que evidente por esta exitosa fórmula ya testada con buenos resultados, como se decía, en nuestra Vuelta a España. Pero el ciclismo, como el deporte en general, acaban haciéndolo los propios ciclistas y, tras el fiasco de la primera jornada en Niza y de alguna otra de aquellas primerizas etapas, en las que los aficionados apenas pudimos presenciar ni ver atisbo alguno de combatividad ni de pugna, ya no entre los favoritos, sino entre el ingente potencial que atesoran algunos de sus equipos, nos hemos ido introduciendo en el ecuador de este Tour de Francia con una sucesión de etapas casi soporíferas que incluso los propios ciclistas, interpelados por ello nada más cruzar la línea de meta, calificaban de “cómodas”. Ahí están los ejemplos de la etapa 5, entre Gap y Privas, con victoria para Wout Van Aert, y, especialmente, la del día que, con final en Mont Aigoual en la que el pelotón, tirado por el Ineos de Bernal, no recortó tiempo a la escapada del día durante un final en el que se enlazaban de forma casi consecutiva más de 30 kilómetros de subida y en la que sin embargo sí pudo verse lucha y pelea en la fuga de la jornada, con victoria para Alexey Lutsenko y con el manchego Jesús Herrada a tan solo 55´´ en meta.
La paciencia de la afición comenzaba a agotarse a la misma velocidad con la que se consumía esta extraña y atípica ronda gala. Pocos tenían esperanzas en ver algo de “ciclismo” en la etapa 7ª, con perfil eminentemente llano, con final en Lavaur. Pero, como tantas otras veces, para martirio de los ciclistas pero casi como el opio para el aficionado, ahí apareció el tan temido por la mayoría, como deseado por unos pocos, viento de costado. Ello, junto con el empuje del Bora de Peter Sagan, del Ineos de Bernal en primera instancia, y del Jumbo de Primoz Roglic, propició una persecución fratricida entre algunos de los favoritos y sus equipos durante los últimos kilómetros para que Mikel Landa, al que le persigue el mal fario, Tadej Pogacar, con un pinchazo inoportuno en el momento álgido de la pelea, Richie Porte y Richard Carapaz como principales damnificados, acabaran cediendo en meta 1´20´´, logrando la victoria en Lavaur el superlativo neerlandés Wout Van Aert que, no solo es capaz de trabajar a destajo para su equipo y su líder, sino que aún dispone de la asombrosa capacidad de brillar y lograr triunfos de prestigio en jornadas de tronío. El joven talento del Jumbo se ha erigido probablemente en la mayor estrella y sorpresa ciclista de esta nueva etapa pos-confinamiento.
Y ésta quizá fue la chispa que el Tour de Francia necesitaba para encenderse definitivamente y encender el ánimo del aficionado, justo antes además de dos vibrantes jornadas de ciclismo en los Pirineos. Así los ciclistas afrontaron el sábado la 8ª etapa con final el Loudenvielle y el paso previo por los Cols de Menté (1ª), el indómito Port de Balés (HC) y el histórico Peyresourde (1ª), en otra jornada, deseosa jornada, de ciclismo de ataque al más alto nivel pues, aunque los favoritos no se dejarían ver hasta el ascenso final al Col de Peyresourde, la escapada del día brindaría una gran espectáculo desde las rampas de Port de Balés, para mantener la pugna por la etapa hasta las mismas calles de Loudenvielle, con victoria para el francés Nans Peters y con Carlos Verona, de un Movistar que mejora y progresa ostensiblemente, entrando en tercera posición a escasos 48´´ del vencedor. Por detrás, como se decía, se sucedían los ataques entre algunos de los aspirantes a la general, siendo el joven esloveno Tadej Pogacar el principal animador de una vibrante pugna final que llevaría al talento centroeuropeo a recortar 30´´ respecto al grupo de favoritos que, tras diversas fragmentaciones, acabaría llegando a meta reagrupado.
El Tour parecía encendido definitivamente, a falta de otra etapa pirenaica justo antes del día de descanso y con el ascenso a los puertos de Hourcère (1ª), Soudet (3ª), d´Ichère (3ª) y Marie Blanque (1ª), especialmente popular y riguroso este último con su cima a tan solo 18 kilómetros de meta. Y el guión, en la línea de lo visto el día anterior, volvió a recoger el relato de otra gran jornada de ciclismo pirenaico en el Tour de Francia, con Tadej Pogacar tomando la iniciativa en las duras rampas del Marie Blanque, de hasta el 16% de desnivel, con valentía y clase, respondido por unos Roglic, Bernal y Landa que parecen estar un punto por encima de los demás. Final explosivo con altas dosis de emoción hasta la mismísima línea de meta, en la que se neutralizaba, a un kilómetro escaso del final, al helvético Marc Hirschi, el último y portentoso superviviente de la escapada del día, logrando imponerse finalmente, en un reducido grupo, un Tadej Pogacar cuyo potencial apunta con regalarnos imperecederas tardes de ciclismo épico. Así, el Tour entra en su ecuador. Que viva el ciclismo y que siga el espectáculo.