J. Joaquín Salamero Martínez. Neurólogo.
El duelo es un proceso emocional tras la pérdida de un ser querido y valorado por nosotros por causas diversas, diferente para cada persona. La ansiedad, el miedo, la culpa, la tristeza, el shock y la negación pueden ser la consecuencia de esta circunstancia. La Parca precisa cada vez más argumentos de peso para cumplir su cometido y la pandemia ha favorecido su misión.
El enterramiento intencionado es una práctica muy antigua, de ello se tiene constancia hace 50.000 años en la Chapelle-aux-Saints, en Francia, lo que demuestra la conciencia de duelo y de culto a los muertos en esa época.
La pandemia COVID-19 ha cambiado como un torbellino la vida de la gente. Rehuimos el considerar a la muerte, tema tabú en los países del primer mundo, como destino natural e inevitable del fin de la vida. Vagamos en lo cotidiano, privados del sosiego, la meditación, la contemplación… del “carpe diem” en definitiva.
Tras el fallecimiento de un ser querido se inicia el proceso del duelo, necesario para reencontrar de nuevo el equilibrio emocional, asumir y aceptar la orfandad personal.
Nos vemos golpeados con la ausencia de la despedida, sin abrazos, con restricciones en los ritos funerarios con escasos familiares y allegados, que también comparten la pérdida. Las fuentes de cariño y consuelo, emociones, tristeza, ahora son expresadas a través de pantallas, por teléfono o redes sociales. Esto comporta una cierta frialdad impuesta en la expresión de los sentimientos. El pensamiento de que el ser querido haya fallecido en soledad, sin preparar una despedida, antes de sumergirse en la inconsciencia terminal de una UCI añade dramatismo a esta situación trascendente en nuestra culminación de la vida.
Vivimos un periodo de malestar emocional, añadido por el sufrimiento de alguna persona cercana en similares circunstancias. Se tiene temor a contraer el virus, a que se contagien nuestros familiares, la preocupación por los distanciados, por la economía desplomada, la incertidumbre del futuro… y todo ello aislados en confinamiento, a menudo manifestado con síntomas de ansiedad y depresión a veces graves.
Valoramos poco el estado de bienestar que hemos conseguido, como un niño cargado de juguetes sin saber por qué los tiene. Nuestro entorno afectivo, la familia y amigos fundamentalmente, los encerramos en la urna de la intemporalidad, a salvo de cualquier desventura imaginable. El hecho de verlos frágiles ante la muerte nos provoca vértigo, por ser el panorama del peor de los sueños o de los guiones más macabros de ciencia ficción.
Se impone fortaleza y capacidad ante situaciones difíciles, pensando en otras similares por las que se pasó y fuimos victoriosos. ¿Qué nos ayudó a salir del conflicto?. Apliquemos ese éxito para afrontar el duelo en esta pandemia. Es bueno buscar el contacto con familiares y amigos positivos que siempre están ahí y nos brindan apoyo mediante llamadas telefónicas, mensajes de texto, videollamadas y otras redes sociales, o con personas en semejante situación y que nos cuenten cómo han superado su duelo. Esto abre caminos eficaces que no sospechábamos.
Hay que implementar la rutina mejorándola donde sea fundamental la sensación de orden y propósito, a pesar de haberse desdibujado nuestro entorno y promocionar el ejercicio físico, la espiritualidad, la generosidad con los demás de forma activa y otras actividades que calmen la preocupación, como mantener un horario de sueño regular y llevar una alimentación saludable.
Es puntual apartarnos de las noticias negativas que nos llegan por todas partes, que causan angustia, miedo y ansiedad, buscar la luz y huir de las sombras y las tinieblas. Estar en definitiva preparados para saber vivir sin apegos.