Antonio Toral. Escritor y aficionado al ciclismo

Llega el momento de sentarse frente al ordenador para escribir esta crónica, y más que una crónica o análisis etapa a etapa, lo que quizá necesite este Tour de Francia es una reflexión profunda. El Tour de Francia ha creado siempre controversia, la carrera más importante del mundo, el evento televisivo más seguido del planeta, solo por detrás del Mundial de Fútbol y las Olimpiadas, genera pasiones o desafecciones de todo tipo y, esta edición de 2020, pese a lo extraño del año y la situación que vivimos, no está siendo una excepción en este sentido. Y es que cuesta emocionarse viendo este Tour de Francia. Hasta al que escribe estas líneas, que desde muy niño ha vivido con absoluta pasión los devenires propios de la gran ronda gala y de cualquier otra prueba ciclista, le cuesta sacar esa pasión que produce en todo aficionado la contienda ciclista que ha caracterizado desde siempre a las mejores carreras. Y es que este Tour de Francia, a falta de sus etapas más decisivas –probablemente el desenlace final quede abierto hasta la crono final del penúltimo día– ha acabado convirtiéndose en un monólogo del equipo holandés Jumbo-Visma, capitaneado por el esloveno Primoz Roglic, el hasta hoy líder de la carrera. El conjunto neerlandés, plagado de estrellas, está siendo el encargado de controlar cualquier etapa decisiva de esta edición de la carrera, convirtiéndose en un rodillo –al estilo del Sky de Froome, que sufrimos durante años– imponiendo un ritmo imposible ante el que ningún otro gran líder puede enfrentarse, o al menos enfrentarse sin grave riesgo de inmolarse o morir en el intento.

Es duro verlo y también reconocerlo, pero el ingente potencial Jumbo-Visma ha bloqueado la carrera por completo. Es frustrante para cualquier aficionado al ciclismo que ha visto algunas de las contiendas más homéricas de los años 90 y, especialmente, de los 80, en los que se corría con agresividad inusitada y a cara de perro, observar como en una etapa de alta montaña el líder llega al último kilómetro del último puerto acompañado aún por dos, tres, cuatro y hasta cinco compañeros de equipo, en grupos en los que aún aguantan otros diez, quince y hasta veinte ciclistas. Ni el Sky de Froome, el equipo más dominador que probablemente haya tenido nunca el Tour de Francia, era capaz de dar tales exhibiciones y bloquear hasta tal punto la carrera.

Todo ello está suscitando debates, análisis y propuestas de todo tipo, incluso el propio Miguel Induráin, pentacampeón del Tour de Francia, reconocía  el pasado martes en TVE mientras intervenía en la locución de la 16.ª etapa que “el Tour me gusta agónico, no como el recorrido de este año, para eso ya están las clásicas”, haciendo clara alusión a la ausencia de grandes jornadas de montaña con grandes puertos enlazados desde el inicio de las etapas, así como también al evidente recorte de kilómetros que, en gran medida, evita desfallecimientos y facilita el control de la carrera por parte del equipo hegemónico, tal y como durante esta edición está sucediendo. Si bien, y aunque Induráin ha sido siempre parco en palabras, al campeón navarro también se le escuchó otra velada pero contundente crítica, “lo quitas rápido de la tele”, era la frase con la que Induráin sentenciaba cuando era interpelado sobre la expectación que le estaba suscitando este Tour de Francia.

Es posible que muchos digan que el propio Induráin contó con un gran equipo junto a él durante cada uno de sus cinco triunfos en Francia, lo cual es cierto, pero el Banesto jamás ejerció tal control de la carrera, y ahí está la historia y la hemeroteca. El propio Induráin en persona tuvo que ser el que acabara controlando la carrera durante kilómetros y kilómetros, especialmente los días de alta montaña, ante escaladores puros que aprovechaban la más mínima oportunidad para poner en un brete su aplastante superioridad física y en grandes etapas de montaña que superaban a menudo la barrera de los 200 kilómetros. No obstante, el célebre ciclista navarro no ha sido el único en dar su opinión y realizar su crítica, periodistas y aficionados de toda condición y tipo exponen sus ideas en un Tour innegablemente anodino y en el que prácticamente no hay emoción más allá de las victorias parciales de etapa, disputadas por otro lado con enorme y vibrante batalla por los ciclistas que forman parte de la escapada del día cuando a esta se le permite llegar viva al final de la etapa. Se habla muy a menudo de la escasa valentía de los ciclistas actuales y en liza, la opinión del que escribe estas líneas es que de nada sirve la valentía cuando un líder sólido, como lo está siendo el esloveno Primoz Roglic, cuenta por detrás con cuatro o cinco compañeros de equipo que bien podrían optar al Top Ten o incluso al podio de la carrera, por no hablar del asfixiante y demoledor ritmo que el Jumbo-Visma impone en algunas etapas y ante el que poco, por portentoso, valiente y fuerte que se sea, se puede hacer más allá de no perder comba con los primeros espadas. Otra propuesta es la de volver a incluir contrarrelojes de 60 kilómetros para obligar a los escaladores a atacar de lejos en la montaña y, de nuevo, la opinión del que les escribe es que sería una utopía creer que, en el contexto actual, un escalador puro recortaría en la montaña las minutadas que puede perder en una contrarreloj larga.

Nos guste o no, el Tour de Francia, y ya desde hace unos años, se ha convertido en una carrera de eliminación más que en una prueba en la que se mida la capacidad ofensiva de los ciclistas. En el ciclismo actual o moderno se mide todo al milímetro, los medidores de potencia ofrecen una cantidad ingente de datos a ciclistas, directores y preparadores y, tal y como se compite hoy día en las grandes Vueltas, se sabe que para ganar o intentar ganar muy poco hay que ser muy superior y/o gastar muchas más energía que tus adversarios.

Así el Tour se encamina hacia su recta y resolución final, con un patrón claro, el esloveno Primoz Roglic, jalonado por el mejor equipo, el Jumbo-Visma, y con un joven e imberbe compatriota pisándole los talones. Quien nos lo iba a decir hace años, el Tour de Francia siendo cosa de dos eslovenos. Que siga la carrera.