En clave de sol by Gustavo López

El pasado lunes por la tarde, a eso de las 7, salí a la calle y tuve una sorpresa que no esperaba, de ahí su calificativo. Y es que había más gente que en carnaval. Halloween ha venido para quedarse, eso es algo que hace ya años que se viene intuyendo, pero quizá, los años de restricciones han hecho que la explosión definitiva llegara en este 2022, donde comercios, colegios, familias enteras, miles de niños pidiendo caramelos por las casas, fiestas organizadas por este motivo, disfraces a gogó, y una animación que hicieron del lunes, a pesar de no haber clases en los centros educativos, un auténtico festival. Y esto no solo es algo de las grandes ciudades y capitales, ya que Jumilla se transformó por unas horas y creo que desbordó todas las previsiones.
Que conste que no estoy ni a favor ni en contra, pero sí es cierto que esta celebración tiene sus cosas positivas y negativas. Y sin posicionarse en un extremo ni en el otro, es conveniente situarse en el centro. Porque como todas las fiestas, son buenas porque se celebran en grupos, con amigos, familiares y vecinos. Además, es divertido disfrazarse. Pero no hay que olvidar que se festeja el mal, las tinieblas, la muerte, la brujería, lo diabólico y el miedo.

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En este sentido, hay sicólogos que alertan que cuando los niños se visten de diablos, tienden a normalizarlo e incluso a imitarlo, entendiendo que es sinónimo de recibir golosinas y diversión por las calles.
Muchas veces hay que tener muy presente que, tragarse sin masticar todo lo nuevo que nos llega sin conocer su significado, puede hacer que nos empachemos.
En la misma tarde del lunes, me crucé con unos amigos que iban puestos en el papel. Tanto los padres como sus dos hijos, eran una auténtica familia de muertos vivientes. Su maquillaje daba miedo y me sorprendió, que en la misma conversación me dijeran que al cementerio no subían sus hijos, porque querían alejarlos de “esas cosas”, me dijeron, y al mismo tiempo su disfraz me daba repelús hasta a mí. Una incongruencia más.
El Día de Todos los Santos es una tradición en España de respeto hacía nuestros difuntos, que tanto es asumido por católicos como ateos, ya que se ha transmitiendo de padres a hijos hasta hoy. Y al igual que al principio destacaba que el gentío en las calles el lunes era más que llamativo, también quiero destacar que en mi visita al cementerio del martes, vi mucho menos ambiente, menos gente, y hasta menos flores.