Por Antonio Verdú Fernández, Cronista Oficial de Jumilla
La Navidad en esta histórica ciudad, sigue recogiendo las costumbres de una larga tradición que nos fueron legando nuestros mayores. Fruto de ello lo podemos comprobar en los villancicos autóctonos que nos dejaron con las notas propias de nuestras tradiciones y con el carácter particular de un compositor tan jumillano como Julián Santos.
No muy lejos en el tiempo se celebraban aquellas solemnes misas de Gallo en la Iglesia de Santiago, donde resonaban las múltiples voces que los interpretaban ante una multitud de jumillanos que vivían la Navidad como todos los creyentes: principalmente en familia.
En el altar mayor se instalaba un grandioso Belén, con grandes figuras, que lo llenaban en su totalidad hasta las rejas de entrada al mismo. Grandes telones de papel pintados, colgaban desde lo alto participando en la tramoya del montaje de aquel Belén, que le daban un aspecto de profundidad que lo engrandecía.
El Nacimiento estaba formado por figuras de tamaño natural en el centro de la escena, que le permitía ser visto desde cualquier lugar de la Iglesia.
El resto de figuras, todas ellas de un tamaño entre 30 ó 40 centímetros permitían una visión general como de un gran pueblo con todas las escenas propias de los Belenes de nuestra zona. Su montaje era laborioso, pero se conseguía tener un Belén acorde con la costumbre que nos legaron.
La Nochebuena era una noche especial en Jumilla, viviendo el momento del Nacimiento de una forma propia y con nuestros villancicos. La noche era larga esperando el momento de acudir a la misa de Nochebuena, ya que como sabemos se celebraba a las doce de la noche, pero la espera se mitigaba alrededor de la lumbre comiendo cascaruja, como ‘alcahuetas’, cuyos granos metíamos dentro de los higos secos que previamente habíamos partido por la mitad; garbanzos torraos, avellanas, nueces, y alguna que otra castaña asada en las brasas de la cocina antigua, que chisporroteaba cuando echábamos las cepas para que el fuego no dejara de caldear la habitación donde estaba la cocina. Era el momento de empezar a meterle mano a las frioleras que nuestra madre había elaborado con sus cariñosas manos en el horno más cercano a casa: mantecaos, pasteles de cabellico de ángel, rollos de vino, de aguardiente, critóbalas, etc. La trasnochá se pasaba con toda la familia alrededor del flameante rescoldo que nos proporcionaba la lumbre. Cuando llegaba la hora, toda la familia nos íbamos a la Iglesia a participar en la Misa de Gallo. En nuestras manos no faltaban las chirranchas, postizas o castañuelas, panderos, aquellos pitos llenos de agua que parecían un pájaro, y las clásicas zambombas que nosotros mismos fabricábamos con la botija de los marranos, utilizando alguna orza pequeña que tenía nuestra madre. El coro se llenaba de personas de todas las edades, desde donde cantábamos nuestros villancicos durante la misa y al final mientras se pasaba a besar al Niñico.
Tras cenar en familia, los mayores y quizá los más reacios a acudir a la misa, solían formar grupos de amigos para ir cantando por las casas del pueblo pidiendo el ‘aguilando’, que podía ser en forma de frioleras jumillanas regadas con el jumillano anís Cutillas, de los Aurelios, también de fabricación local, o algunas propinas que no tardarían en darle vuelo. Durante las fiestas en ninguna casa faltaba un plato de frioleras y unos pequeños vasos para tomar el anís o la mistela que no es otra cosa que vino dulce jumillano.
Nuestra gastronomía popular de estas fiestas son la sopa de pan en ‘pepitoria’, y el cocido con las típicas pelotas. Cómo no, todo ello acompañado por un ‘jumilla’ cualquiera, ya que todos son buenos. Como suele visitarse a la familia, algunos, el día de Navidad pueden probar las pelotas en varias casas.
Son muchos los Belenes que visitábamos durante la ‘Pascua’ o la Navidad como decimos ahora. Destacaría por lo majestuoso el que se hacía en el Asilo, por el que casi es de obligada tradición tener que visitarlo, con la agradable sorpresa de que cada año nos sorprendían con algo nuevo.
En todas las parroquias hacían el suyo, pero nunca tan grande como el de Santiago. El de Santa Ana estaba fijo todo el año.
La entrada de Año Nuevo era ya más festivo, y lo celebrábamos bien asistiendo a los bailes organizados en alguna sala, o bien en alguna casa de algún amigo que nos dejaran sus padres, ya que no todos se atrevían a dejar solos a la tropa joven.
Lo más esperado era la Cabalgata de Reyes, que recuerdo un año en que los camellos los intentaron hacer poniendo una joroba a unas mulas. Por la mitad del camino todo el montaje se vino abajo, y se armó la marimorena. Aquello era idea de Marcelino Abellán ‘el de Correos’ y Jacobo González, que eran los que siempre organizaban todos los actos lúdicos. La ilusión se mantenía aunque los Reyes fueran andando