Julián Santos Carrión, compuso ahí parte de sus 400 obras musicales. El edificio será reformado por el Ministerio de Fomento y el Ayuntamiento
Un edificio del siglo XVI, en calle del Rico, que acogerá el legado histórico con vocación divulgadora y formativa
José García Martínez
Cuando, a los cincuenta y dos años, Santa Teresa de Jesús empezaba a hacerse famosa (tal como cuenta el hispanista inglés Gerald Brenan, en ‘Cosas de España’), el joven San Juan de la Cruz, con veintisiete menos que la imparable monja de los pucheros, estudiaba en la Universidad de Salamanca el trienio dedicado a las artes. Por esas fechas, Felipe II mandaba prender a Miguel de Cervantes Saavedra, acusándolo de herir en duelo a un maestro de obras.
En aquel tiempo (según investigaciones de Emiliano Hernández) se acelera en Jumilla el descenso de la población, desde el cerro del Castillo hasta la parte más occidental del llano, pero siempre al abrigo de sus laderas, quizás no tan peladas como ahora. Miembros de las familias pertenecientes a la oligarquía local asumieron los cargos del Concejo, en la Plaza Arriba, encargado de planificar y controlar el desarrollo urbano. Una de esas familias fue la de Pérez de los Cobos. (Este apellido ya aparece entre los caballeros que conquistaron definitivamente Jumilla, en 1358, para el rey castellano Don Pedro I. Para unos el Cruel, para otros el Justiciero y para los jumillanos el Mejor, pues les otorgó privilegios todavía vigentes).
Edificio del siglo XVI
Fue en pleno siglo XVI cuando se construyó la que será, dentro de un par de años, Casa de la Música y otras Artes Jumillanas, ubicada en la vieja calle del Rico. Aquí vivió, hasta 1981, durante cuarenta años (componiendo buena parte de sus cuatrocientas obras), el maestro Julián Santos Carrión, conocido popularmente por sus zarzuelas y sus insuperables y evocadoras marchas fúnebres pasionarias. Sus composiciones se consideran ‘la música del pueblo’: los jumillanos la tienen como propia y se la saben de memoria.
Gracias al estudio realizado por Francisco Canicio, que obtuvo los datos a través de los archivos del canónigo José María Lozano, sabemos que Antonio Salvador Pérez de los Cobos, nacido en 1629, era hijo de Francisco Pérez de los Cobos, ‘el Rico’. Este personaje, que disfrutaba de grandes posesiones, dio su mote a la calle donde se ubica el histórico edificio. En los años cincuenta de nuestro siglo XX, desde la confitería de La Invicta, en la esquina con la Corredera, llegaba en el olor tibio de las recién cocidas empanadas de patata. Eran las propias de la Semana Santa, porque, como no escondían carne, podíamos comérnoslas sin miedo a pecar.
La Casa de los Cobos queda en el número catorce, más cerca de Loreto que de la Corredera. En ella se almacenaban las cosechas y guardaban los carruajes. Era, pues, lo que se conocía como ‘casa de labor’, con doble bodega para vino y aceite. Las diferentes alturas de la planta baja son un dato más que avala tales usos. Otro es que, en 1638, la fachada era todavía de tierra y no había rejas, ni otros distintivos. En cambio, en 1672, en la ‘vista e ojos’ que hacían los escribanos de la Chancillería de Granada (para corroborar la hidalguía del residente) ‘ya se describe la portada con todo lujo de detalles: el escudo de armas de los Pérez de los Cobos y abundantes signos de la Orden de Santiago, a la que pertenecían los miembros de la familia’. En 1700 se deja constancia de la preciosa rejería de las ventanas. Cabe deducir que, en esa fecha, la Casa quedaba configurada como se nos muestra en la actualidad y con inquilinos disfrutándola.
Ahora mismo, la edificación es una casi una completa ruina. Antes de iniciar las obras de su restauración definitiva (que afrontan el ministerio de Fomento, con el 1,5 por ciento cultural, y el Ayuntamiento de Jumilla) ya se ha renovado con estructuras de madera parte de la techumbre. Recorrer sus numerosas estancias, tal como se encuentran actualmente, es tarea complicada por peligrosa. En mi caso mereció la pena revivir recuerdos juveniles. Conocí y frecuenté la vivienda cuando la habitaba el maestro Julián Santos. Pasé allí no pocas madrugadas, escuchándole tocar al piano fragmentos de Farruca, la suite Santa Ana, el pasodoble de las Mantillas, el Sambero, La Niña del Boticario, La moza de la Dehesilla y tantas otras piezas magníficas, después de pasar la tarde/noche en el Casino (oficialmente Círculo Cultural), donde los tertulianos gozábamos de su conversación chispeante y casi siempre sarcástica.
Adjudicación obras
Cuando terminen las obras que pronto se adjudicarán definitivamente, en la Casa de la Música y otras Artes Jumillanas, se habilitará un espacio para que el visitante pueda conocer la historia del propio edificio. Habrá una biblioteca especializada, así como diversas salas temáticas: musicología (donde se guarden y exhiban los escritos de aquel sagaz periodista de la música que fue Fieldman, seudónimo de Antonio M. Abellán), compositores (como el propio Santos y algunos tan actuales y prestigiados como Roque Baños), coros, bandas (con noticia de sus músicos y directores), bailes y cuadrillas, así como arquitectura, escultura, pintura, teatro, literatura y cine. Se montará, en el patio central cubierto, una exposición permanente de instrumentos. Uno será el viejo piano del que estuvo dotado el Teatro Vico. (El mismo maestro Santos acompañaba con su música incidental las películas mudas. Estamos ante un curioso precedente de las bandas sonoras que, muchos años después, darían lustre y fama a su discípulo Roque Baños, que ahora divide su tiempo entre Madrid y Los Ángeles). Diversas exposiciones temporales estarán referidas al mundo de la música y demás artes. Los tres grandes espacios del edificio serán: sala de audiciones, salón de actos y talleres con actividades ocupacionales y lúdicas.
Lugar emblemático
La Casa de los Pérez de los Cobos, del Rico y finalmente de la Música y otras Artes Jumillanas, acaba en un corralón que mira a la vieja calle de la Labor, que es estrecha y como muy familiar. En la postguerra civil olía a las cabras que pastoreaba Chaparro y a la madera que aserraban en la cercana carpintería de Inocencio Pastor. También regalaban su perfume suavísimo las flores tan frágiles de sendos árboles paraíso. Aquel, en el patio del carpintero; y este, en el de la propia Casa de la Música. Los zagales de los contornos acudíamos a este rincón, para ver las funciones de teatro que montaban los hijos del maestro a sus amigos. Eran los mismos que interpretaban a los personajes del acaso anacrónico, pero entrañable auto del Prendimiento que, cada tarde del Miércoles Santo, sube al tablado que se instala ante la fachada del antiguo Concejo.
Si deambulabas por la estrecha callejuela, podías escuchar susurros de modistas que laboraban bajo la tutela de Amelia, componedora muy exitosa de originales atuendos femeninos. También se oían, a horas tempranas, las toses mañaneras del afectuoso Tío Perico, que servía como mayordomo a los Barones del Solar, propietarios también en su momento del histórico edificio. El resto de las horas se las repartían amigablemente los acordes (repetidos y todavía titubeantes, porque aún no eran definitivos) del piano del maestro Santos -componiendo alguna nueva pieza- y las rachas intermitentes de la primitiva Radio Jumilla, Emisora Parroquial, que creó de la nada un habilidoso radiotécnico autodidacta, o sea Paco, el de Melchor.
No faltará en la Casa de la Música una recepción donde se atienda al visitante, ni sala de reuniones, ni tienda de recuerdos, ni tampoco un café-bar justo en la crujía principal, pero accesible desde patio central y desde el corralón. Se está considerando -me dicen- la posibilidad de construir en este último espacio un pequeño auditorio ajardinado, para conciertos y representaciones.
Toda esta riqueza artística pretende cautivar y distraer no únicamente a quienes viven en Jumilla, sino, como dice su alcaldesa, Juana Guardiola, que es la tan tenaz capitana de este proyecto singular: ‘Tenemos vocación de que esta obra, que nos disponemos a iniciar muy pronto, aproveche a la entera Región de Murcia y aún más allá, si cabe. Queremos que la Casa de la Música y otras Artes Jumillanas sea alimento para el espíritu de todos aquellos que apetezcan visitarla. Y que lo hagan como si fuera algo propio. Porque el Arte ni siquiera pertenece a los creadores, sino que es patrimonio universal. Jumilla se sentirá orgullosa de elaborar, en este trujal, un vino viejo y nuevo a la vez, pero igualmente seductor, como es el de la Cultura’.