Editorial

La inconsciencia siempre ha sido uno de los principales males de la humanidad. De hecho los grandes conflictos han comenzado precisamente cuando uno no ha sido consciente de la realidad.
La pandemia que soportamos desde hace ya 450 días, se está haciendo dura, sin duda, donde hemos tenido que asumir muchas restricciones, algunas llegadas como palo de ciego, pero que entraban dentro de un orden al tratarse de una situación inédita para todos, también para los que estaban llamados a encargarse de su gestión.
Desde el primer día no han faltado las voces que han protestado para que se suavizaran las normas impuestas. Por fin, con la aproximación del verano, y la mejoría de los datos, se acaba el estado de alarma, se suprimen algunas restricciones, se permiten cosas antes prohibidas y despedimos el mes de junio pudiendo quitarnos la mascarilla en el exterior siempre que no existan aglomeraciones y que se pueda guardar la distancia de seguridad.


Pero ya se sabe que se nos da la mano y nos cogemos el brazo y ahora que las cifras eran mejores y que la vacunación iba con velocidad de crucero, nos asomamos a una quinta ola por culpa precisamente de esa inconsciencia que tanto mal nos ha hecho a lo largo de la historia.
Por mucho que digan los políticos, los técnicos y los encargados de gestionar el problema, la solución final dependerá en buena parte de nosotros mismos y si nos comportamos como si nada estuviera sucediendo, después de todo lo que hemos pasado ya, pues corremos el riesgo de retroceder a la casilla de salida.
Aun nos pasa poco. De nosotros depende. Menos quejarse y opinar como expertos y más ser consciente de lo que pasa, que nada ha acabado.