Estefanía Gandía Cutillas. Doctora en Arqueología
Villancicos, regalos, familia, turrón, mazapanes… todos estos aspectos forman parte de nuestra forma de vivir y celebrar la Navidad y se han convertido en una parte intrínseca de nuestra cultura. Sin embargo, no siempre ha sido así. El origen de esta festividad se remonta a las tradiciones y fiestas paganas de determinadas culturas antiguas que tenían por costumbre celebrar el solsticio de invierno alrededor del 25 de diciembre, a partir del cual los días se alargan. En el caso del Imperio Romano, era común la celebración de la Saturnalia en honor a Saturno, deidad de las cosechas y la agricultura, donde celebraban grandes fiestas con abundante comida y bebida y era común la entrega de muñecos de cera como regalo a los niños. Pero, ¿cuándo surge la Navidad como fiesta cristiana? El origen hay que situarlo en el siglo IV d.C. cuando Julio I decide recoger todas estas tradiciones paganas creando su propia festividad, la Navidad cristiana, con motivo de la celebración del nacimiento de Jesucristo. Será a partir de este momento cuando se precisen y defina la festividad de la Navidad así como su expresión artística, gastronómica y social.
¿Cómo se celebraba la Navidad en la Edad Media? La Navidad tenía una duración de doce días, desde el 25 de diciembre hasta el 6 de enero, día de la Epifanía de Reyes. En lo que respecta a la alimentación, era común celebrar una gran cena el 24 de diciembre y una comida el 25 de diciembre, consistentes en carne aderezada con especias, ajo, cebolla y puerros. La carne solía ser ganado caprino, ovino o porcino, que se engordaba durante todo el otoño a base de bellotas para sacrificarse en esta época del año. Desde el siglo VI también era común el capón, mientras que a partir del siglo XIII lo común entre la nobleza era comer gallo. Por otro lado, fue muy significativo el consumo de dulces como las almendras garrapiñadas, consideradas un manjar navideño. Una vez terminada la cena, se acudía a la denominada Misa del Gallo, popularizada durante el siglo VIII. Su denominación procede de una leyenda que afirma que un gallo que se resguardaba en la gruta de la Natividad fue el que anunció el nacimiento de Jesús. El gallo es el símbolo de la fecundidad y anunciador de la salida del Sol, de ahí que dé el nombre a la primera misa de la Navidad.
En cuanto a la decoración navideña, en la Edad Media ya era habitual adornar las casas con ramas de acebo, hiedra y velas. En el siglo XIII, San Francisco de Asís fue quien inició la tradición del Belén reproduciendo en la Navidad del año 1223 el primer Pesebre viviente de la Historia en la ermita de Greccio (Italia). Sin embargo, el elemento decorativo más importante de esta festividad es el árbol de Navidad. Se trata de un elemento pagano adoptado que ha llegado hasta la actualidad. En todas las culturas de la antigüedad, los árboles de hoja perenne poseían ciertas propiedades mágicas y curativas. Para los vikingos, era común colgar abetos junto a los trofeos de guerra como reclamo de buena suerte y para los celtas eran elementos sagrados. Será San Bonifacio en el siglo VIII quien lo introduzca en la Navidad, sin embargo, no se generalizará hasta el siglo XIX. San Bonifacio lo definió como símbolo perenne de la paz y del amor de Dios y lo adornó con manzanas (símbolo de las tentaciones) y velas (luz para iluminar el mundo). Además, su forma piramidal y apuntada hacia arriba simboliza el cielo, la morada de Dios.
En época medieval, la Navidad finalizaba con la celebración de la noche de Reyes tras el consumo del denominado «pastel de Reyes» (nuestro roscón de Reyes actual). Este pastel tiene origen en las Saturnales romanas donde se comía una torta redonda en cuyo interior se escondía un haba. Quien encontraba el haba era designado el rey de la fiesta y se le obedecía en todo. Esta tradición se cristianizó en el año mil y servía para clausurar la Navidad. Como vemos, nuestras formas de celebrar la Navidad tienen un origen muy antiguo y actualmente podemos definirla como la fiesta de la familia, del amor, de la amistad, de los buenos deseos y propósitos, en definitiva, de sueños. Que nunca se pierda este espíritu. Feliz Navidad y próspero año 2018.
Un artículo magnífico y muy interesante.