Las casas de juego y los salones de apuestas no pueden salir ganando, principalmente porque los mayores perdedores son nuestros hijos.
No es casualidad que desde que hace unos años abriera el primer establecimiento de este tipo en Jumilla, la gran mayoría de ellos abran sus puertas situados a escasos metros de los colegios. Nuestros hijos, los alumnos de esos centros escolares, son las presas más fáciles y que mejor se dejan atrapar por estos negocios a los que desgraciadamente se han enganchado en mayor o menor medida siete de cada diez jóvenes de nuestra Región, según publicaba la semana pasada el periódico La Verdad de Murcia en portada. Se trata de unos datos realmente aterradores ante los cuales tendrá que tomar cartas en el asunto el Ayuntamiento echando mano de todos los resquicios legales posibles. Porque cuesta entender que nuestros máximos representantes políticos tengan que pasar por el aro aún a sabiendas del grave perjuicio que están causando a los jumillanos más jóvenes y aunque el Ayuntamiento está atado de pies y manos porque los nuevos establecimientos cumplan al pie de la letra la normativa legal establecida, algo seguro que se podrá hacer.
En este sentido y en estos casos, ningún ayuntamiento puede quedarse de brazos cruzados.
Cada día son más las voces que nos sumamos para que se escuche bien claro que nuestro Ayuntamiento, como administración más cercana al ciudadano no puede parar hasta que encuentre la fórmula legal para detener esta atrocidad.
Hace ya unos años que Jumilla fue declarada como ciudad libre de circos con animales, defendiendo de esta forma el bienestar animal, algo que sin duda está muy bien, pero quí estamos hablando de personas, de niños y jóvenes que destrozan su vida y la de sus familias por culpa del juego, al que en algunos casos incluso se convierte en la puerta del alcohol o la maldita droga.
Tomemos cartas en el asunto y que las casas de juego no salgan ganando.
Grupos de vecinos n turnoshaciendo guardia en la puerta durante las horas de apertura conllevaría la no entrada de menores y la no entrada de mayores que no quieren que se les conozca por este vicio. Y la consiguiente pérdida de dinero de los dueños de los garitos que, ante está situación, mantenida unos pocos meses, terminarían cerrando. No olvidemos que sólo los nueve el dinero. Cualquier otra actuación indirecta, queja o manifestación, caería en saco roto.