Jesús Sánchez Cutillas. Politólogo Colegiado 10.081

Maquiavelo y otros como él escribieron sobre lo que los hombres “hacen” y no sobre lo que “deberían hacer», interpretación que vale la pena tomar en cuenta en nuestro contexto, cuando la teoría política está muy imbuida de legalismo, pero en la práctica no es mucho mejor que la de los tiempos de César Borgia.

El jueves 17 de febrero quedará marcado en el calendario como el día en que el Partido Popular se ‘abrió en canal’ en vivo y en directo. Primero golpeó el entorno de la presidenta Ayuso filtrando a un diario una supuesta trama de espionaje interno por parte de la cúpula nacional de su partido contra los negocios de su hermano. Estas graves acusaciones fueron contestadas por el secretario general, Teodoro García Egea, que no se arredró. En rueda de prensa informó de las sospechas sobre el contrato de 1’5 millones de € que la Comunidad de Madrid adjudicó por la vía de urgencia a un empresario amigo de su hermano existiendo una comisión de por medio. Después de la intervención de Casado en la COPE la guerra total había subido el escalón definitivo: no era ya entre Ayuso y el secretario general, sino con el presidente del PP, con Pablo Casado, para pasmo de los pesos pesados del partido en toda España. Casado tomó la decisión que nunca le perdonará el partido: chocar con Ayuso, su compañera de Nuevas Generaciones a la que le había dado su gran oportunidad con la candidatura autonómica. Desafiar a la dirigente en auge del PP, le ha costado su carrera política. En apenas tres días, el liderazgo del jefe de la oposición, el primer presidente elegido en primarias en el PP, estaba en el aire. La batalla fratricida entre Casado y Ayuso no era por cuestión ideológica, era una guerra por el poder.


Robert Michels en su obra clásica “Los Partidos Políticos”, dice que “toda organización partidaria deberá enfrentar la tensión entre los líderes que pretenden comportarse de manera autónoma y los que insisten en supeditar los comportamientos individuales a las exigencias de la organización”. En este caso, el éxito electoral y el populismo de la presidenta madrileña han prevalecido muy por encima de las exigencias de la organización que le pedía la cúpula nacional de su partido. Asimismo, me atrevo a apuntar que las disputas internas en los partidos, producto de las debilidades de las organizaciones, se intensifican por los calendarios electorales. En esta ocasión los resultados de las autonómicas castellano-leonesas que aunque ganando, no fueron los realmente deseados por las élites del PP y las previstas para Andalucía detonaron esta bomba de relojería que se gestaba desde la disputa por la fecha de celebración del Congreso de Madrid. Las tensiones internas marcan muchas veces la agenda de los partidos, anteponiéndolas a la necesidad de funcionamiento de las instituciones con el consiguiente perjuicio para la ciudadanía. Los líderes nacionales pueden tratar de imponer disciplina a las élites regionales y locales, pero con eso se arriesgan a que las consecuencias electorales no sean las deseables. Asimismo, los responsables de los órganos regionales y locales necesitan del amparo y paraguas de la dirección nacional ya que son miembros de una organización que tiene sus normas y deben asumirlas ya que es a ella a la que representan. Esta tensión que va de arriba hacia abajo y viceversa, debe mantener un equilibrio y alcanzar una madurez institucional.

Las deserciones a Casado en cuestión de horas, salvando las distancias por supuesto, me recordaban a aquellos apóstoles y discípulos de Cristo que cuando fue traicionado y detenido por los romanos, negaron una y otra vez haber conocido a Jesús y haber escuchado sus palabras. Siempre hay un buen dicho castellano que ilustra estos movimientos, en este caso, “huir de la quema”, y “arrimarse al sol que más calienta”. En pocos días, horas incluso, Feijóo con el beneplácito de Ayuso, obtuvo más adhesiones que Mbappé para fichar por el Madrid. Poco tardaron barones y presidentes regionales en ponerse de parte de la persona o grupo que va a decidir el futuro del partido conservador de este país. Un ejemplo más que evidente, sobre todo por la amistad y cercanía con García Egea, fue el presidente murciano, López Miras, quien viendo hundirse el barco, pegó un gran salto para darle un fuerte abrazo al presidente gallego.

El presidente popular, falto de liderazgo carismático, también perdió rápidamente el favor de los medios de comunicación más cercanos a las bases del partido conservador. Unos de manera inequívoca, y otros de forma sutil se posicionaron a favor de la presidenta de Madrid al obviar los hechos denunciados por la dirección nacional. Varios días de ruido, tensión, traiciones y movimientos en la sombra van a elevar a Feijóo, probablemente por aclamación, a la cima del PP.

El dirigente gallego, ahora sí y por eso apuesta, tiene vía libre para presidente del PP con el apoyo de los barones del partido, de la prensa conservadora y seguramente sin rivales. Una salida no traumática a la crisis abierta y un relevo con experiencia política para afrontar el ciclo electoral que empezará este año en Andalucía.

La derecha conservadora española tiene un gran problema en gestionar su relación con la extrema derecha, no hay que olvidar el peso de la famosa frase “derechita cobarde” del líder de VOX. El PP duda en cómo combatirla, no sabe si imitar sus modos y maneras, disputarles su campo de acción, o definir un espacio propio de actuación como hicieron hace años los partidos conservadores europeístas ante el auge de la ultraderecha. Esta última opción, sería la deseable para construir una sólida alternancia de partidos fuertes en los gobiernos de la Unión Europea. Feijóo tiene mucho trabajo por delante.

El nuevo papel geopolítico de la U.E. va a exigir después de los últimos acontecimientos, gobiernos estables y partidos sólidos comprometidos con los valores de convivencia democrática y con la unidad de acción, para establecer hojas de ruta que busquen la recuperación y la modernización del proyecto europeo.

Como bien dice Daniel Innerarity: “La inteligencia de una persona, de una institución, o de una sociedad en su conjunto no se mide tanto por la inteligencia que tiene, sino por la relación entre esta inteligencia y el tipo de problemas que tiene que resolver”. La dimensión de los problemas a los que tendrá que enfrentarse la sociedad en los próximos años convertirá a los partidos y a los gobiernos en protagonistas principales para solucionar situaciones que cambiarán a cada instante.